De un bloque de mármol con defectos causados por la piedra en sí y por Simone da Fiesole, que trató de esculpir en él desconocía, sacó Miguel Ángel su David. No realizó bocetos, ni dibujos, ni moldes , no, él sabía, veía que había dentro de aquel bloque mastodóntico, ultrajado y ofendido por los que no sabía que hacer con él. Miguel Ángel sabía que aquel enorme mármol de Carrara tenía alma, solo tenía que encontrarla. Así que unió toda su fuerza creativa y ahí está, vivo y fuerte, erguido como el vencedor que es ante las dificultades, ante enemigos poderosos más fuertes y mas numerosos que él. A Buonarroti no le importó que alguien hubiese querido tallarlo antes, ni que el mármol, una masa de mole inmensa y rebelde, hubiera sido abandonada muchos años antes, él le dio forma hasta convertirlo en una pieza única, en una obra de arte que atravesaría portales en el tiempo y en la historia de la escultura.
Dos años tardó Miguel Ángel en conseguir su David a golpe de cincel y para que fuese visto desde cualquier ángulo no sólo de frente. Girando su cuerpo en un ligero contrapposto, teniendo su mirada clavada en su objetivo. Los sabios ligan su actitud a la belleza escultórica no a la religiosa, de ahí la posición de su cabeza, altiva, retadora, victoriosa antes incluso de la batalla.
Tallamos nuestro propio destino con el material que se nos ha dado. A veces nos cambian las herramientas sin que podamos hacer nada, sólo buscar otras, incluso imaginarlas, para seguir construyendo nuestro David, nuestra vida. Momentos de soledad, desesperación de éxtasis y tormento.
Pero ahí queda nuestra obra, tallada, esculpida, cincelada al milímetro, con un alma en el interior. Nuestras vidas también son vigiladas por todo ser humano desde cualquier ángulo si son inteligentes y de uno sólo, si la torpeza habita en ellos. Las nubes preguntan lo que tiene que hacer. La tarde se vuelve oscura y desean descargar agua sobre la obra de arte que es nuestro mundo. Silencio y cincel.