Una ilusión entre tanto desasosiego. Fueron disfrutonas las dos corridas que se lidiaron en Antequera en este mes de octubre. Fecha atípica y circunstancias diferentes, aún así, la alegría, la ponía un público apasionado por los toros que vive la emoción de una fiesta que, ahora mismo, forma parte de la cultura del pueblo español. Y por fortuna, los defensores de las tradiciones son: leales y numerosos. Cuesta borrar de un plumazo unos festejos que acumulan siglos de existencia.
Hubo relajación cuando el señor ministro de Cultura matizó sus palabras, hizo lo correcto: aclarar unos comentarios que dañaron la sensibilidad de las almas toreras. Son muchas y bien avenidas, las hay entendidas, alimentadas con libros y constantes presencias en los ruedos, curtidas con el tiempo, que no se dejan distraer por el alboroto de la plaza. Viven y sufren con el arte del toreo, y para algunas es su razón de ser. Las que simpatizan con la fiesta, llevan en la memoria un exiguo diccionario de nombres específicos que, colocados con estudiado ingenio, aparentan tener un conocimiento, más que aceptable, de lo que es una corrida. Y bastantes entre las que sin duda alguna puedo depositar la mía, que tienen una cultura torera muy pobre. Pero que juntas, instruidas y casi analfabetas, se unen en una maravillosa tarde para celebrar la fiesta brava. Asistir a una corrida es un placer y a sabiendas, que el triunfo de la vida sobre la muerte, es la razón de ser del toreo, no es precisamente la palabra violencia la que define la fiesta nacional. La alternativa, sería el teatro, según recomienda el señor ministro, al que define “pacífico”, también es una opción cultural muy entretenida.
Sin embargo, en estos momentos que estamos atravesando, acudir a una representación de Prometeo encadenado, es posible que alterara, aún más, la ansiedad que a duras penas, andamos simulando.
Y por encima de todo, el respeto a los gustos. Ya se apercibe el cambio que las nuevas generaciones tratan de imponer, no es nada nuevo, pero sí es preocupante tratar de instruir, desde el poder, los cambios de valores, ocios y planteamientos de vida. Todavía, somos muchos los que pensamos que mientras exista un loco ilusionado que dedique su tiempo a esa raza especial que ha de lidiarse en una plaza, habrá fiesta.