De todos es conocido que en épocas pasadas de la historia, como por ejemplo la Edad Media, la peste mató a millones de personas en toda Europa. Realmente la peste es una grave y virulenta infección bacteriana producida por la “Yersinia pestis”, que desgraciadamente aún hoy en día se puede encontrar en algunos países de Sudamérica, África y Asia.
La peste se puede contraer cuando las personas entran en contacto con las pulgas de roedores infectados –ratas, ratones, ardillas–, o bien por contacto directo con dichos roedores ya infectados. No obstante no debemos de olvidar que la peste también puede afectar a otros animales tales como los gatos o los conejos. En cualquier caso, esta enfermedad de igual manera puede transmitirse por vía aérea de persona a persona si existe afectación pulmonar en la persona infectada. Los síntomas que produce no son específicos y usualmente aparecen antes de una semana desde que se produce el contagio. Se incluye fiebre, tos, dolor de cabeza, vómitos, hinchazón de los ganglios linfáticos, diarrea y malestar en general.
El diagnóstico se confirma con un cultivo (hemocultivo, de esputo o linfático) que pone de manifiesto la presencia de la bacteria. El tratamiento incluye entre otros fármacos antibióticos como el ciprofloxacino, la estreptomicina o la doxiciclina y el pronóstico suele ser reservado. Este tratamiento debe instaurase inmediatamente o por el contrario se puede producir rápidamente la muerte del paciente. Incluso el establecimiento adecuado del tratamiento no evita la posibilidad de morir, sólo la reduce. La prevención pasa lógicamente por desratizar las zonas pobladas por los humanos y evitar en la medida de lo posible todo contacto con roedores.
Para finalizar, hoy reconozco mi admiración por aquellas personas luchadoras, ejemplarmente profesionales en su trabajo… y aún mejores madres.