viernes 3 mayo 2024
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La vida en rosa

Un ambiente de alegre desorden reinaba en el mercadillo el lunes pasado. El viento anunciado se convirtió en el chico travieso que revoloteaba a su paso fulares que imitan la seda o huyen de ella para no quedar señalados como impostores, sombreros de paja y de papel tejido que ligeros como plumas aspiran a volar más altos que las gaviotas, vestidos de mil colores diseñados por icónicos maestros y maestras de la costura, que como arco iris huyen de la lluvia que no llega o la convocan para sentirse útiles y bellos.

En este remolino no faltan los bolsos de fiesta que brillan con el sol, las mochilas viajeras, los monederos que de repente han despertado de su letargo estival estirando las cremalleras que los encierran y los aíslan del mundanal ruido. Aquí llegan los cinturones de piel serpenteando por las calles del viento haciendo sonar el metal dorado o plata de sus hebillas como si fueran campanillas anunciando la sencillez de la mañana. ¡Esto es una locura!

Entrecerré los ojos porque me pareció captar en medio de aquel revuelo un color rosa invasor como arena de Dune que me impedía ver mucho más. Debería estar soñando, porque la locura se extendió a sobres con papeletas, a votos por correo, a bolígrafos que marcaban una cruz delante de algún nombre. A izquierda y derecha veía urnas transparentes guardando con mucho esfuerzo la democracia de un país. Más que soñar aquello era una pesadilla roja, azul, rosa, rosa…

Un tablón severo de uno de los puestos del rastro, cayó a mi lado justo en el instante en que todos oímos el claxon llamativo de lo que se suponía un coche que se nos venía encima a toda velocidad conducido por Barbie. Melena rubia al viento, tacones rosas de 10 centímetros, ¡un mundo rosa con los neurotransmisores a rebosar de dopamina!. Ojos como platos en todos los rostros ahora impregnados de ese rosa Barbie. ¿Esto es real? No sé, por si acaso y por cambiar de color, sigo leyendo novela negra y el mar, incluso con gafas de sol, sigue siendo azul. ¡Qué alivio!

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