Conté a un amigo el incidente de aquel alumno musulmán de La Línea que llamó la atención a su profesor porque éste había dicho la palabra «jamón» en su presencia ¡Su comentario fue que todas las religiones no traen más que problemas! Y a uno se le caen los palos del sombrajo ante la pasmosa ignorancia en la materia. ¿Cómo se pueden meter a todas en el mismo saco? ¿Aún no se ha entendido que el primer mandamiento de Cristo, traducido del arameo, vendría a decir: «¡Tonterías, las justas!»? Porque tonterías y preceptos ridículos (hasta setecientos) agobiaban al judío piadoso, y él quita esa pesada carga. Por eso comemos lo que nos da la gana y nos tomamos la libertad de ser libres. ¿Habrá cosa más grande que eso? Pues, «para ser libres nos liberó el Señor» (S. Pablo).
Tan libres que, para ser cristiano, no hay que llevar el carné en la boca. De hecho, no hay ni carné, pues aquí el santo patrón es un extranjero hereje llamado Buen Samaritano, y un oportunista Buen Ladrón. Y una legión anónima que pondrán cara de tontos cuando el Otro les diga: venid aquí que os voy a dar gloria bendita porque habéis hecho el bien sin mirar a quién.
Si no hay carné de fiel ni de fanático, el de enfrente no es «infiel», sino persona: es decir, individuo capaz de libertad, y espíritu capaz de hablarse de tú con otro espíritu y con Dios. Que también es personal ¡y a mucha honra!
Honra también la nuestra. Pues, sin falsa modestia, hay que decir que Europa se coció con esta levadura de la libertad. Y al que venga negando las raíces cristianas del invento habría que preguntarle: ¿No será que lo que quieres tú es laminar la libertad?