Los libros tienen madera de héroes. Los libros celebran su día. Hermosa onomástica. Este año confinados en librerías, bibliotecas. Respirando junto a nosotros sus pena y sus alegrías. Silencios y aplausos. Palabras de versos o de leyendas en prosa. Novela negra o narraciones históricas. Trazos dados con intensidad cromática que huyen del papel en blanco y que en estos días nos abren puertas y ventanas a una vida que desea ser más libre, más callejera. Emociones de viajes, aventuras en lugares no reales. Los libros se dejan leer por fuera y por dentro, al revés e incluso se prestan a ser olvidados.
Si los libros hablaran contarían, dice alguien en el balcón de su casa con cara de estar desmenuzando una idea brillante. Los libros ya cuentan, contaron siempre y seguirán contando. Leer significa adquirir identidades distintas y riquezas de personalidades. Un día puedo ser Ana Karenina y al siguiente un loco lúcido e inteligente Quijote o un náufrago en la isla de Robinson con un Viernes que logra ser Lunes, pues el nombre del día no importa. Perderse en Niebla y no dejar de pasar por Servidumbre Humana del desaliento y la autocompasión.
A los libros les debemos muchas realidades y muchas ficciones benditas sean unas y otras. Ritmos acompasados o tormentosos lecturas frenéticas que saltan de página en página alocadas y detectivescas, intentados traspasar la línea del tiempo que nos consume y nos devuelve la imagen de nosotros mismos inmersos en pasiones frías o miedos asesinos bañados de oscuridades pantanosas incrustadas en los forros dobles de una maleta cargada de imaginación.
Decía Joyce que el método es el armazón de lo que se escribe, en realidad es la armadura del héroe que camina errante por desiertos de agua salada o por las calles de las vanguardias en España como hizo Gómez de la Serna. Historias de historias. Cuentos y cuentos. Personajes y personas. Versos libres siempre, aún habitando libros cerrados.