La luz del sol convertía las orillas de aquel pequeño lago en líneas plateadas cubiertas de escaso musgo que era casi inventado, pues con la sequía éste había perdido la memoria de ser. Llega el verano a pasos agigantados. El chico removía el agua estancada con la misma desgana que movía sus pensamiento, de la misma manera en la que recolocaba, una y otra vez sus ideas para salir de si mismo, para poner los puntos sobre las íes. Sombrillas de cafeterías cerradas al viento de la mañana, a la brisa intensa del mediodía, al aire en remolino de la tarde. Parecía mentira, que en el centro de la ciudad hubiese un remanso de paz como aquel pequeño reducto de agua confusa. En un abrir y cerrar de ojos las pequeñas ondas de agua se convirtieron en melodía. Fue un instante casi perfecto.
Ruido de voces, consignas en voz alta, pancartas reivindicativas, malestar general. Enseñanza, profesores en la calle, en el mismo lugar, en el mismo trayecto. Heridas emocionales en ambos. Lo individual y lo colectivo. Los sueños de unos y otros, las vidas que llegan a la temida línea de fuera. Las voces se convirtieron en susurros, las palabras en latidos, los juicios en direcciones opuestas, a favor y en contra. Escondites de posibilidades. A ninguno se le ha concedido el don de las lágrimas. ¿Para qué?
El chico se suma al grupo, se siente parte de ese colectivo que parece que nadie oye o que nadie escucha. Se desplaza a favor de su corriente, olvidando porque estaba allí en ese momento. Avanza. Los libros han quedado en la residencia esperando a que él vuelva para seguir ensayando las oposiciones a maestro. 60.000 aspirantes para 2.900 plazas. Pero eso será en Junio, hoy aún puede buscar un espacio en blanco.
El día marcha por las horas que los grados de los termómetros exhiben en las marquesinas y en las hojas de las jacarandas, que violáceas, alfombran el suelo marcando un antes y un después al mes de Mayo.