Al ritmo que va marcando la vida y ya casi en los albores de un nuevo año, cabría preguntarse cómo serán las Navidades en las próximas décadas y cómo las vivirán nuestros nietos cuando pasen de ser encantadoras criaturas a personas comprometidas sobre las que recaerán las cargas y responsabilidades de esta sociedad que les dejamos. Pongamos por caso 2050.
Sin menoscabar la certeza de que la tecnología seguirá generando nuevas expectativas e inquietudes en todos los campos de la vida, surge la duda de si este período tan singular como emotivo continuará siendo una atalaya desde la que favorecer encuentros, tanto personales como de ideas. Es posible que nosotros ya no estemos para verlo o que, con algún que otro achaque en el mejor de los casos, seamos capaces de evocar historias sobre los bellos encuentros familiares de cada fin de año en la década de los sesenta o setenta del pasado siglo.
Recuerdo con añoranza aquellas inigualables navidades viendo a la abuela preparar lebrillos y enseres para hacer los tradicionales mantecados en casa y horas después acompañarla con mi madre a la Calle de los Hornos para darles el definitivo cocido. Todo eso parece tan lejano como aquellos cuentos matinales de un abuelo erudito inventando historias fantásticas con las que encandilarnos a mi hermana y a mí. Eso sí, la copita de anís y algún que otro alfajor en la mesita de noche. Pero siempre, año tras año el eco de las zambombas y los villancicos mientras la gente bajaba la cuesta de Archidona para la misa del gallo, ya fuera en Santiago, Santa Eufemia o Belén, según la ocasión.
Es curioso cómo, con el tiempo, uno tiene cada vez más clara una verdad tan simple como sencilla: lo que da sentido a la vida no es lo que poseemos, sino a quién tenemos. Por eso, además, son fechas de recuerdos y añoranza para aquellos que ya no están.
No sé muy bien si esa capacidad de gestionar nuestras emociones convivirá armoniosamente con la llamada “inteligencia artificial”, pero lo que sí sé es que estas son jornadas para los corazones, los abrazos y los regalos. La vida siempre hace que los de la tercera juventud- digo mejor eso mejor que edad- empecemos a vivir de los recuerdos y los más pequeños de las ilusiones.
Entre todo ello, inolvidables siempre para mí en estos días los encuentros de todos los grupos en el CEPer de Antequera, especialmente con el plan de Cultura Emprendedora o el de Patrimonio y la tradicional foto de fin de año, un contacto que aún perdura y que sigue corroborando la necesidad de saber que estamos ahí los unos para los otros, tanto en los buenos como en los malos momentos.
Hace poco he leído que ya se especula sobre las Navidades en 2050, donde los protagonistas podrían ser hologramas de personas ausentes por la distancia. Habrá cenas perfectas preparadas por cocinas automatizadas, con alimentos impresos que ofrecerán el sabor deseado para cada plato, árboles o adornos navideños diseñados por algoritmos que recrearán paisajes y sensaciones impecables.
Los regalos serán experiencias virtuales capaces de generar emociones intensas, tanto en niños como en adultos, aunque, al fin y al cabo, serán simples avatares desprovistos del valor de lo tangible. La tecnología, prometiendo eficiencia, nos sumergirá en realidades digitales diseñadas para asombrar, relegando el contacto físico a un segundo plano. Y tanto que imaginar que nos resultaría imposible ratificar hoy por incomprensible.
Sin embargo, creo que más opciones no siempre van a significar más libertad de pensamiento. Habrá que ver cómo se negocia este cambio, ya que lo esencial de la vida parece tener pocas probabilidades de preservarse y eso puede ser preocupante. Ojalá, así lo deseo, que las personas aprendan a redescubrir y conservar lo más hermoso de la existencia: esa conexión profunda que nace del bien común y la unión, tan necesaria en tiempos donde tantas cosas parecen tambalearse.
Tal vez en 2050 la tecnología nos permitirá hacer más, llegar más lejos o sorprendernos con su ingenio, pero lo que realmente importará seguirá siendo lo esencial: la felicidad de estar juntos y de compartir lo que somos. Que nunca perdamos la ilusión ni la capacidad de abrazar lo auténtico en estas fechas. Para ti, que me lees, ¡Feliz Navidad!