viernes 22 noviembre 2024
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Domingo XXXIII Tiempo Ordinario: Tenemos unos talentos que Dios nos ha dado

Muchos son ya mis años dedicados en el Colegio Nuestra Señora del Carmen. Muchas son las promociones de alumnos que han pasado por el mismo. Cada año, si exceptuamos éste por el problema de la pandemia, lo comenzamos con una Eucaristía llamada de “inauguración de curso”. A la hora de escoger las lecturas de dicha Eucaristía, son también muchas las veces que me decanto por el Evangelio de este domingo. La homilía me resulta sencilla: Todos tenemos unos talentos que Dios nos ha dado. Y Dios que es justo nos exigirá según lo que a cada uno nos ha dado. La vida del estudiante es responder de esos talentos. La vida del cristiano es exactamente eso también una respuesta de aquello, que Dios generosamente nos ha entregado. Aunque esto expuesto es cierto, también la parábola de los talentos encierra una carga explosiva. 

Sorprendentemente, el “tercer siervo” es condenado sin haber cometido ninguna acción mala. Su único error consiste en “no hacer nada”, no arriesga su talento, no lo hace fructificar, lo conserva intacto en un lugar seguro. Precisamente ese es su grave error: no hacer nada, no querer arriesgar ni moverse. Por ello reitero a mis alumnos ese día, el mensaje de Jesús es claro: no al conservadurismo y sí a la creatividad. No a una vida estéril, sí a la respuesta activa. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo arriesgado por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo, sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios. 

El gran pecado de los cristianos del siglo XXI desde mi punto de vista es el no arriesgarnos a seguirlo de manera creativa. Todos los cristianos estamos llamados a hacer fructificar como mínimo el talento que Dios nos ha dado a todos: su amor. Este don no le ha sido negado a nadie y lo regala en abundancia, de manera que puede multiplicarse en todos y cada uno de nosotros.

Dios ha concedido a su Iglesia unos dones espirituales para que los potencie (e Iglesia somos todos los bautizados). El legado del amor es esencial para que nuestra coherencia cristiana crezca. Este es un don muy potente que Dios nos ha dejado para que hagamos expandirse su Reino. 

También aquí hago mucho hincapié en mis alumnos: ¡cuántas veces no sólo por pereza o miedo, sino por inconstancia, dejamos de hacer lo que podríamos hacer! Tenemos miedo al riesgo, a equivocarnos, a que la gente nos critique, o simplemente, lo que queremos emprender no es “políticamente correcto”. 

No olvidemos que el servicio de la caridad está por encima de los criterios la búsqueda del rendimiento o de la pura eficacia, sin tener en cuenta otros aspectos humanos más difíciles de contabilizar. La Iglesia no es una empresa de productividad, es una familia. 

La gran familia de Jesús ha de evitar caer en la persecución de simples resultados y estadísticas; ha de ir a la personalización real de la caridad, sabiendo tratar a cada persona como al mismo Cristo. Solo así podremos hablar de fecundidad evangélica, y no tanto de eficacia.

 
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