Entró con el mes desigual, lunático y ambicioso. Se presiente el polvo de lluvia que no llega. Hay muchos otoños dentro de este otoño, hay muchas fechas que iluminan los días de octubre y lo impregnan de un curioso tinte rojizo y de una levedad que habita en las hojas que caen suavemente desde los árboles de manera intuitiva y liviana.
Octubre deseado, la vuelta de casi todo de manera real con renovada fuerza, lo que envuelve o acompaña a este Otoño son instrumentos para un fin. La imaginación bordea las hojas caídas y rojizas, marrones, secas y sigue su camino hacia algunos óleos que habitan los museos y que al llegar el otoño se llenan de nuevos óleos pintados en otros años, en otros siglos, con otros pinceles, con otros nombres tras esos pinceles y lienzos.
Jardineros muy laboriosos por los jardines y las calles de la ciudad recogiendo esas hojas marchitas y librando de ramas secas a los árboles centenarios que se doblegan a favor del viento que estos días ruge como si se encontrara en un atardecer de anaranjados reflejos sobre el mar lleno de oleaje. El gris del cielo hoy desarma cualquier atisbo de azulados rasgos que quieren permanecer en los pensamientos del verano. Humo también gris que se eleva sobre los puestos de castañas, que osan desafiar los rescoldos de un verano que no acaba de irse y cruje en las hierbas secas de los parques por los que transitan la noche y el día, los verdes y los marrones, los rojizos y los anaranjados. Huelen los recuerdos a lluvia, a tierra mojada sobre el horizonte de los sueños. Me salí del camino que trazan los que quieren diseñar nuestras vidas y he pisado las hojas secas. Eran pequeñas y su dorada luz me hacía sonreír mientras grababa en mi mente el sonido inconfundible y oscilante del balanceo inteligente de esta estación que runrunea como si fuera el cosmos resonante de los colores de Kandinsky.