Las flores nacen en primavera. Y están las que vuelven a florecer y a llenar el entorno de olores de albero, de cantes y bailes de volantes de colores y de gargantas secas que sacian la sed con más parloteo entre amigos, conocidos y visitantes.
Broncas para los toros que no se llevan capotes por delante y aplausos en las faenas que encienden luces y farolillos al son de palmas y finos dorados que despejan la mente.
Claveles blancos y rojos. A un lado o en lo alto de la cabeza, bailan al son que tocan en las casetas o en los corros de viandantes, que se detienen ante las texturas flexibles de unos brazos morenos que caracolean entre luces y alegría, que falta hace.
Caen los rayos de sol con justicia aprendida y leyes de ferias de estío.
Abanicos que enmarcan espíritus de faralaes y taconeos. Los sueños que se piensa se transforman en realidad la mayoría de las veces, como en los cuentos.
Antequera se convierte en anfitriona una vez más y lo hace de lujo, porque ella es así y nos arrastra hacia el descubrimiento. Sospecho que es mucho lo que nos queda por descubrir sobre estos días de agosto, cargados de tertulias amigas, de ambiente de reencuentros y risas.
Estilo único, vivido desde mis primeros años. Estilo de Feria grande, diseñada para inspirar corazones e inteligencias.
El gusto es mío y vuestro, por supuesto. ¡¡A divertirse antequeranos!!
