Suelo ir con regularidad a un profesional de los pies que mantiene mis pasos firmes. El tiempo que siempre es sabio, aunque a veces no queramos admitirlo, ha hecho posible esa empatía espontánea y sincera que hace aflorar el afecto sin disimulo ni trabas, lo que hace posible una fluida conversación de cualquier asunto venga o no a cuento. Debo admitir que el podólogo tiene una simpatía natural que engancha y unas observaciones agudas con una pizca de ironía que da que pensar. En la última visita, como casi siempre, le dimos repaso a los temas más actuales y de pronto me espeta ¿y si se presentara a política Belén Esteban? Seguro que conseguría sobradamente los votos fue mi respuesta, ¿y con Fran qué haríamos? Ahí ya no me quedó más remedio que soltar la carcajada. ¡Menudo tío! El lío que tiene en Telecinco y en La Siete y en todas las que quieran subir la audiencia a base de trolas y enredos, porque francamente el marido de la Esteban no tiene chicha para dar mucho de sí en lo que expresa y en cuestiones íntimas se aleja de la imagen de Don Juan o del seductor de rompe y rasga, pero listos ambos para inventar y tener a medio España pendientes de su pedantería.
Ésa es la España que andamos buscando, la del disparate, la que no se para a pensar a dónde quiere ir, la que no acaba de coger las riendas ni es capaz de arriar sus propias velas. Somos testigos mudos, sin crítica ni protesta de cuanto ocurre y nos acontece, facilitamos la actuación de nuestros políticos obviando sus equivocaciones. ¿Dónde fue a parar la paridad en el Gobierno y el controvertido Ministerio de Igualdad que fueron las ideas más brillantes del presidente? ¿Qué queda ahora?