“Abre tus ojos verdes Marta que quiero escuchar el mar”.
José Hierro
Anda marzo envuelto en paraguas y chubasqueros, en barcas que navegan los inmensos charcos, en llantos de niños que descubren la vida. Verdes campos húmedos y limpios de olvido, volando al viento los versos sueltos de las poesías. Las rimas asonantes de los sentimientos que a veces se enredan ágiles en una octava y otras descansan lánguidas en las orillas de un endecasílabo. Versos libres que sin dejar rastro consiguen el milagro de un soneto o un haiku. Poemas dramáticos que alcanzan la razón de ser, de la celebración poética de un día al año que encuentra su espacio, su significado, su saber estar, entre luces y sombras de este género subjetivo por excelencia que permite a los humanos expresar íntimas emociones y profundos pensamientos a través de esta forma de arte. Lirismo obtuso que de vez en cuando desafía las leyes de la gravedad para convertirse por arte de encantamiento, en una fuerza infinita, ilimitable, en una fastuosa primavera que devuelve juventud y vida a los que no obstante, envejecen.
“Hay que poner poesía en la vida de las gentes” decía Julio Cortázar, razón no le faltaba. Muchos han sido los escritores y escritoras que, unidos a nombres conocidos o anónimos, han llenado folios de expresiones del sentimiento onírico, metafórico, convirtiendo la realidad dulce o amarga, húmeda o yerma, en palabras distintas y plenas. Ventisqueros de sílabas amontonadas en una caótica sinfonía que devuelve la rima a las vidas y la calma a los caminantes, tengan camino o no. Que no exista vacío del verso no escrito, de la rima no buscada, del sentimiento no expresado, de la belleza robada, de la soledad olvidada. Porque, vuelvan las golondrinas o no, la poesía siempre seguirá existiendo. En papel y pluma, en digital medio. Verso largo, larga vida, recogimiento interior, vuelo de la imaginación poética.
