Con la complicidad de la noche y el pequeño insomnio que se ha apoderado de su descanso, el Hermano Luis repasa mentalmente, todas y cada una de las actuaciones que previamente llevó a cabo cuando la pandemia inició los primeros pasos. La vio venir, quizá con menos virulencia con que se ha manifestado. Cómo no tenía ningún compromiso con la sociedad, el 8 de marzo, festividad de San Juan de Dios, suspendió todos los actos que llevaba un buen tiempo organizando. Había convocado a buena parte de la sociedad antequerana, sin embargo, las noticias que le llegaban del coronavirus y una intuición inteligente y ordenada, que forma parte de su gran personalidad, le disuadieron de hacer cualquier acto que pusiera en peligro a sus residentes. No se equivocó, cerró la Residencia a cal y canto. Trabajó hasta decir basta para aislar, acomodar, atender de forma individualizada a ese colectivo de mayores, que son su razón de ser, el camino más seguro que le acerca a Dios. En medio de la vejez, siempre desvencijada, y a veces, angustiosa. Vidas inquietantes que se mueven al son del cariño y las atenciones recibidas. Equilibradas cuando a tan buen hacer se une el abrazo y la visita de sus familias y soledades tristes y desoladas, de quienes apenas tienen quien se acuerde de ellos. En ese ambiente encuentra Luis su verdadera misión.
Desde el primer momento fue anotando con minuciosidad todos los protocolos que le ha valido para que su Residencia consiguiera, en el menor tiempo posible, estar libre del Covid-19, no sabe si en algún momento volverá a necesitarlo, así que ha procurado hacer los deberes de manera perfecta. Le han valido la matrícula de honor y sus ancianos le aplauden y agradecen el desvivir que han visto en él, su preocupado rostro, la agilidad de su actuación, la desenvoltura y capacidad para acudir a todos. Al mismo tiempo, el Hermano José y Jerónimo rezaban en sus habitaciones, para que la espiritualidad y profundidad religiosa que llena la Residencia no se viera alterada por los momentos dolorosos y duros, que también los hubo. Se pasó página. La calma, el reposo y la felicidad han encontrado su sitio y la Residencia vuelve a brillar con más intensidad, si cabe. Es el lugar apacible y cómodo que cualquiera desearía disfrutar. Las atenciones de lujo y el ambiente, tan afable y sensible, que no olvida a ninguno, es su mejor carta de presentación, y el hermano Luis y su equipo, los mejores referentes para cuidar a los ancianos de Antequera. Muchas gracias de todos los antequeranos.