sábado 27 abril 2024
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Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo (Ciclo C)

· Primera lectura: Samuel 5, 1-3.

· Salmo responsorial: Salmos, 121. “Vamos alegres a la Casa del Señor”.

· Segunda lectura: Colosenses 1, 12- 20.

· Evangelio: Lucas, 23, 35-43.

Llegamos al último domingo del Año litúrgico. La próxima semana iniciaremos el Adviento, nuestro camino hacia la próxima Navidad, esa que ya se empieza a vislumbrar en el horizonte y en las primeras decoraciones de calles y centros comerciales. Pero antes de todo eso, somos invitados a celebrar la culminación de la Creación, que nos presenta esta solemnidad de Jesucristo, rey del universo. 

 

Pero incluso para hablar de esa realidad y de ese reino, la propuesta del evangelio es particular, a la manera que a Dios le gusta. Hablamos de Cristo como rey, es verdad. Un rey con corona, pero con una corona de espinas. Un rey siempre se sienta en un trono, y el trono del Señor, es ni más ni menos que su cruz, desde donde va reinar sobre toda la tierra.Por eso el relato evangélico nos ha llevado al Calvario, al lugar de la cruz. Va a ser un extranjero, el gobernador romano, Poncio Pilato quien va a declarar la realeza de Jesús al mandar poner encima de la cruz el Titulus, el cartel que indicaba a todos el motivo de la condena.

 

En ese cartel lo dice con toda claridad: éste es el rey de los judíos. Además, hemos escuchado como se burlan de Él la gente que se acerca a contemplar morbosamente el espectáculo de los ajusticiados, especialmente en el caso del nazareno. De nada le sirven ya sus buenas acciones ni sus milagros. Y no solo eso. Incluso uno de los ajusticiados con él se mofa de Él y le pide que haga el milagro de “salvarlo de la inminente muerte”. 

 

Pues incluso ahí, en el suplicio, aparece alguien que da la cara por él. Nos referimos a Dimas, como lo denomina la tradición popular. Es el «buen ladrón», que se encara con el otro malhechor para acogerse después a aquel buen hombre que también va a morir con ellos: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y entonces Jesús le hace la promesa más hermosa: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

 

Si la muerte es la culminación de la vida de cualquier persona, la del Señor, que nos ha recordado hoy este relato, está llena de perdón ante quien se burla de su suerte, y de misericordia para aquel hombre que busca salvar su alma. Pero la promesa de Jesús va más allá de esa dolorosa muerte que están sufriendo. Ese “hoy estarás conmigo en el paraíso” le abre las puertas de la Vida a aquel hombre, y de camino, a todos nosotros. Lo que hace redentora la muerte del Señor es que es la llave que nos abre a participar de su reino en plenitud, esa que va mucho más allá de la limitación de la muerte física.

 

Porque ese reino no es de este mundo, sino que va mucho más allá, hasta llenar toda la realidad. Por eso cuando rezamos el Padre nuestro, la oración que el mismo Jesús nos enseñó, lo que pedimos a Dios es que venga a nosotros su reino. Con ello, le pedimos a Dios que vuelva Cristo como Rey del universo. Él nos trae “el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, como dice el prefacio de la fiesta de hoy. 

 

Porque ese es nuestro deseo: que entre nosotros siga creciendo con fuerza cada día el reino de Dios, para que el mundo entero se vaya transformando a la luz de  este reino que se nos ha prometido. Pero para ello no basta sólo con pedirlo en la oración. Es necesario que también nosotros trabajemos en serio por alcanzar este reino, para que consagremos lo mejor de cada uno de nosotros en esa tarea, para hacer realidad a lo largo y ancho del mundo el reino de Dios.

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