Así gritaba mi yo interno, hace unas semanas. Frente a la saturación de tanta ficción a la carta, di un carpetazo a las plataformas digitales y decidí deslizarme por las estanterías de mi videoteca. Mi espíritu quiso recuperar ese aire y ánimo que uno vivía durante los viernes o los sábados de mi infancia y juventud al visitar el videoclub. El tiempo se detenía. Pasaba horas mirando las carátulas, los diseños, las sinopsis, la cartelería que adornaba cada rincón. Era un mundo, un universo en el que me zambullía y la inquietud llegaba, cuando el chico o la chica del mostrador te indicaba que una copia de la película que te interesaba visionar había sido de vuelta. Aquel entusiasmo no es equiparable a cualquiera de las sensaciones que hoy pueden transmitirnos las nuevas tecnologías. Videoclub Olletas, videoclub Antakira, videoclub Kied… y tantos otros que había repartidos por el centro o barrios de la ciudad de Antequera, eran como templos en los que se respiraba cine. Nuestra ante sala hacia nuestro cine particular.
En casa, se solían alquilar tres películas en el fin de semana. Una para nosotros los peques (dibujos animados, aventuras…), otra para la familia y otra para los mayores (drama, acción…). A eso, había que añadir que en casa, la mayoría de los domingos íbamos al cine Ideal o al cine Torcal. Por lo que las gracias infinitas a mi familia por hacerme crecer entre pantallas cinematográficas, y vivir junto a ellos los estrenos más esperados del momento; y hacerme descubrir verdaderas obras de arte y su conexión con el saber universal. “La Tierra contra los platillos volantes”, “Destino la Luna”, “La guerra de los mundos”, “Blade Runner”… clásicos de cualquier década desde los 30 a los 90 del siglo pasado que hacían volar nuestra imaginación.
La terapia frente a mi videoclub sigue en proceso. Mi aprecio, mi interés o admiración hacia los artistas que nos han dibujado o filmado sus sueños, hoy sirven de faro a producciones sin alma. Para mi gusto vacías de esa magia fílmica que ahora son imitaciones, con efectos visuales sin sentido y ediciones vertiginosas. Quizá sea el pasar del tiempo o nuestra forma de mirar ahora a la pantalla. En fin, sentado ante mi videoteca, sonrío y recuerdo con añoranza, ese sonido de arrastre del carrete VHS hacia el interior del video. El silencio se hacía en el salón de casa. No había teléfonos móviles sobre la mesa, no se consultaba ninguna red social durante la película. Sentías la complicidad de papá o mamá, o del hermano. Mientras, éramos atacados o conmovidos por extraterrestres, asustados por sombras o colmillos; o sorprendidos por tesoros ocultos y aventuras maravillosas entre los cojines de casa. Los clásicos, mis clásicos, son algo más que cine o una obra de arte, son la conjunción de tus recuerdos compartidos con aquellos corazones deseados y eternos en tu vida.





