jueves 21 noviembre 2024
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Tabaquismo

A uno le faltan dedos de las manos para contar a los allegados que han muerto prematuramente por culpa del tabaco. Y es nada comparado con las 53.000 víctimas anuales en España (que se llevan por delante, entre otros, a varios miles de camareros). Y sin embargo, el tabaco sigue gozando de buena salud en la opinión pública.

Se pasó de advertir que «puede» perjudicar su salud, a decir que «el tabaco mata» con letras cada vez más gordas, y ni por esas. Ahora van a pintar en las cajetillas pulmones negros de alquitrán y toda la casquería, pero pocos escarmentarán en pulmón ajeno.

Los que abominan de las prohibiciones no reconocen que un adolescente contrae el tabaquismo no por una decisión pensada, sino imitando un gesto social que, para él, tiene mucho de rito de iniciación (antes era sólo «cosa de hombres»).

Cuando Sherlock Holmes pasó de la novela al teatro, el espectador podía flipar viendo al personaje inyectarse drogas en las venas: aquella extravagancia parecía «glamurosa» y «snob», entre otras cosas porque la jeringuilla acababa de inventarse. Hoy semejante escena, en la calle o en el cine, obliga a desviar la mirada. Igual se puede conseguir que el chaval no vea en el cigarrillo la rebelde libertad de aquel vaquero a caballo que anunciaba «chester» (y murió de cáncer), o al duro de la película, sino una catetada de otros tiempos. El chollo de las tabaqueras, y la pesadilla sanitaria, acabarán cuando el chico sepa que verse con los amigos funciona lo mismo de bien sin humo de por medio. Como se hace por ahí.

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