La muerte de Agustín Rodríguez Jiménez, el niño que quiso ser jugador de baloncesto, que fue entrenador, “profe”, hijo, amigo y padre, pero sobre todo, buena gente, ha marcado la semana en Antequera.
Cuando alguien nos deja por el cáncer, me pregunto quién o qué decide que unos superen la batalla y otros no; por qué algunos se van sin despedirse, otros sufren, algunos padecen. Pero todos hacen cambiar su casa.
En San Sebastián, en la misa de despedida, intercambié mirada con dos personas que saben también que es lo del cáncer, y sabemos lo que nos quisimos expresar. No voy a exponer hoy si se investiga lo necesario para combatir el cáncer; ni es el día de recriminar las prioridades políticas, pero algo más se puede hacer, si se apuesta por los talentos e investigaciones que crean esperanza y evitarían muertes antes de tiempo. Yo soy de Android, pero sé que iPhone es mejor.
Y creo que estamos aún en teléfonos con cable en la investigación del cáncer, y si no podemos tener un iPhone, al menos sí un Android. Volviendo al tema; no es la primera vez, ni será la última, en la que el silencio se haga presente ante un abarrotado templo, como lo fue San Sebastián en la tarde del jueves 14 de junio. Su amigo Juan Manuel destacó el “testimonio de cariño y amor por nuestro amigo Agu” en un día donde “no es fácil empezar estas palabras ante tanto amor y cariño” que se contemplaba en la iglesia.
“Hoy, tenemos la obligación de buscar en nuestro corazón, consuelo y esperanza. La muerte de Agustín nos deja encontrando respuestas” cuando son imposibles de encontrarlas cuando se mezclan la “juventud y la muerte”.Pero “hay que poner esperanza por todo lo que Agustín nos dio” con sus varias familias que tenía: las de sangre, matrimonio, colegio y el baloncesto. “Hoy despedimos una parte de nuestras vidas, en la despedida de Agustín”.
Y terminaba diciendo: “¡Mucha falta le tiene que hacer en el Cielo, para hacer este fichaje!”. Y como pudo, dijo: “Te vamos a echar mucho de menos; no es un adiós, es un hasta luego. Agu, un beso y hasta que te veamos en el cielo”.Para terminar, su esposa Laura subió al atril donde habló de la “soledad del alma de mi Agu”. La vida “le enseñó a dar a cambio de sufrimiento”, su grandeza. “Se entregaba a todos… supo acompañar a los frágiles. Él era todo valores”.
Le agradeció “darme nuestros dos hijos… Nos quedarán recuerdos imborrables. ¡Te quiero, papi!”, momento en el que los llantos fueron aplausos emocionados.En fin, que se nos va otro “grande”, mucho antes de tiempo, porque así le tocó a él. Pero aunque no lo veamos, aunque se haya llevado su tabla de entrenar, su magia seguirá entre nosotros, mientras que alimentamos y sigamos con su legado: el del amor al Baloncesto, a la amistad, a los valores, a ser como era él y como lo fueron otros que partieron antes y los que seguirán, desgraciadamente por el mismo camino.
Fernando Argüelles puso la garra en el Balonmano; Agustín Rodríguez ha dado el corazón en el Baloncesto. No jugaron Champion, pero fueron los mejores… porque se ganaron el título del alma, y el que hará que siempre estén presentes. ¡No olvides los abrazos que te pedí!