Muchas personas sufren y se autocastigan por haber cometido errores, por haber tenido fracasos, por no ser los mejores, por no haber sido lo suficientemente fuertes… Cuando el nivel de autoexigencia es alto incluso podemos llegar a enfermar. Tenemos que admitir que pasar por la vida sin cometer errores es una tarea imposible, somos falibles y vulnerables y es más sano aceptarnos tal cual somos. Además, el error forma parte de la vida y sin él no se habrían hecho grandes descubrimientos.
Si el señor Alexander Fleming hubiera limpiado bien su laboratorio no habría crecido en él el moho que mató a los estafilococos y que se convirtió en el primer antibiótico de la historia de la humanidad, salvando innumerables vidas. Por tanto, el error no sólo no es perjudicial, sino que incluso es necesario. René Tatón explica que en el 90 por ciento de los descubrimientos interviene el error, pero nadie lo menciona cuando explica los resultados.
Si nos dotamos de una serie de derechos podremos sentirnos mucho mejor con nosotros mismos. Algunos de estos derechos son los siguientes:
Tengo derecho a equivocarme y a no tener que sentirme culpable por ello. La mayoría de los aprendizajes se adquieren por ensayo y error.
Tengo derecho a fracasar. No todo lo que me proponga saldrá bien. Tengo derecho a sentirme débil y vulnerable.
Tengo derecho a no autocriticarme y autocastigarme. Tengo derecho a no tener que compararme con los demás y ser mi propia referencia.
Tengo derecho a dudar, a contradecirme y no saber algo. Tengo derecho a no tener que ser el mejor. Tengo derecho a reconocer abiertamente mis cualidades y mis logros.
Tengo derecho a no tener el futuro bajo control. Tengo derecho de no tenerle que caer bien a todos. Tengo derecho a ser imperfecto y a sentirme igualmente muy valioso.
Tal como decía Gandhi: “La libertad no vale la pena si no conlleva el derecho a errar”.