Cuando el viento se detiene, todo parece volver a su sitio. Las olas no necesitan bandera roja, la resaca tampoco, las sombrillas recobran su formato original y sean del color que sean se estiran encantadas luciendo rayas multicolores unas y monocroma otras. La playa permanece impasible, ha estado a la espera de la calma como hace siempre. Maneja una belleza cortada por dunas grises y piedras blancas, marca una resilencia que nadie pone en duda.
Cuando el viento se despide tocando con su poder las copas de las palmeras recién podadas, su silbido se aleja dejando una estela de recuerdos que deja vallas caídas, letreros desprendidos, sombreros voladores, chiringuitos enmudecidos, gaviotas que han perdido el rumbo, a pesar de ser unas veteranas. Todo el paisaje ha sido cambiado, parece esculpido o pintado de nuevo. El silencio casi absoluto en la madrugada se convierte en protagonista. Los poetas siguen perplejos y no trazan su primer verso, aún tienen la pluma seca por la fuerza del terral, por su determinación de entrar en escena cuando le viene en gana. Células de brisa, marco sinóptico, llega de tierra adentro. Noches de pesadilla en las que este viento sopla hacia el mar. Volver a ver todo en su sitio, construir castillos de arena y agua salada. No hay pescadores en este escenario, tampoco marineros de traje blanco e insignias de navegantes. La intrusión de este viento huracanado y desasosegante en medio del verano tranquilo, ha sido incongruente con el pensamiento humano que trata de controlarlo todo.
Y cuando la retina recobra la normalidad, cuando la piel siente el frescor de la noche y la humedad fresca de la mañana entonces, asoman de manera vergonzante nuevos apuntes, vestigios de corrupción en la clase política a la que parece dársele muy bien estos asuntos. Ay Montoro, ¡ y eso que no había dinero para nada! El viento vuelve a las suyas.