Alguien debería decir la verdad sobre lo que está pasando. Números, porcentajes, estadísticas, no concuerdan con el ambiente festivo en el que estamos, casi todos, inmersos. Covid y verano, son enemigos, no entienden ni hablan el mismo idioma, enseñan agallas y presentan batalla, pero estamos viendo quién es el que se erige ganador. El virus, se acurruca en cualquier lugar procurando pasar inadvertido esperando el momento propicio para hacerse notar y juega sabiendo que el triunfo caerá de su lado.
Generalizamos la queja de lo que nos está ocurriendo, pero nos enfrentamos a cuerpo frente a un enemigo bien armado y que llega sin hacer ruido. Cada día oímos noticias más alarmantes, pero al mismo tiempo vemos y participamos de un verano festivo, que si bien es cierto, hemos inventando entre todos, también, las autoridades fomentan actividades que no ayudan, precisamente, a estar más prevenidos. No hay manera de buscar el punto de moderación que vaya cerrando puertas a este visitador de larga temporada que nos está haciendo sufrir tanto.
La atención anda desviada a otros asuntos, que si bien son importantes, no tienen el alcance ni la perversidad de este diminuto diabólico que se retoza en nuestras vidas hasta el arrebato. Y nos hablan de números como si fueran golosinas a repartir en una piñata de cumpleaños, tantas tocan por cabeza, tantas tocan por familia. Cada positivo corta la rutina diaria de todos los miembros de su familia, trabajo, citas médicas, desplazamientos, vacaciones, eventos, que pueden tener una importancia emocional y económica difícil de superar. Y esa pupa se queda para siempre.
No es un fantasma al que podamos desenmascarar cuando nos venga en gana, ha demostrado su autoridad dura, preponderante y una supremacía que se acrecienta a medida que pasa el tiempo. Tratamos de estar en pie, la vida tiene una fuerza que siempre empuja hacia adelante, pero vivimos un tiempo en retroceso, un pasito para adelante, tres pasitos para atrás.