La del 26J, en primer lugar porque fue la consecuencia inmediata del desacuerdo post electoral de diciembre. En segundo lugar, estábamos, a tenor de las encuestas, convencidos de que el PSOE se iba a la deriva, ya que el discurso social en que se mueve, tenía otros defensores con savia nueva y el empuje que da la juventud. Y en tercer lugar, porque no se preveía un ganador claro, y menos un hemiciclo con más de la mitad de sus escaños de votos de centro derecha.
Unos dicen que el voto del miedo al que tanto ha apelado el PP, ha funcionado. Sin embargo, yo personalmente creo que hay mucha gente a la que nos cuesta cambiar, incluso en tiempos difíciles. Y los comentarios negativos que podamos tener ante los nuestros, en las urnas se disipan y se les vuelve a dar otra oportunidad.
Es una forma de dárnosla a nosotros mismos y al trabajo que nos cuesta admitir que nuestra elección ha sido errónea o no ha estado a la altura que el país necesitaba.
Pero lo que más me sorprende en la jornada, es la cantidad de gente que no sabe qué hacer con el papel sepia: el Senado. Pregunta una y otra vez qué tienen que tachar, si el bolígrafo está a la mano, porque desapareció bastantes veces, y con el ceño fruncido te escudriñan y dicen el porqué es válida con una cruz y nula sin tacha cuatro. Amén de el lugar donde seleccionarlas.
No creo que sea problema solo de lectura, es que mientras se machaca en los medios lo del Congreso, apenas dan unas lecciones básicas sobre el Senado. Y no agrega ningún interés ya que los nombres inscritos no les suenan de nada, como si hablaran de extranjeros.
Y alguno que colecciona los votos o gusta guardar en un cajón del mueble bar, mezcló diciembre y junio y apareció en la urna, alguno del 2015 por equivocación o nostalgia de lo que no pudo ser. La misma nostalgia que se ha apoderado de Unidos Podemos y está haciendo mella en Ciudadanos.