En la noche del segundo Sábado sonaba la música. Las tareas del día estaban terminadas. Un sonido espectacular y “hard rock” invadió mi espacio de sueño. Guitarras distorsionadas se oían aquí y allá. Serían las tantas de la noche y me había vencido el sueño sobre un libro magnífico de Kate Morton, por cierto sigo fiel a la novela negra, esto solo es un entreacto, es preciso marcar de vez en cuando un cambio de rumbo en las páginas y en las historias, para valorar unas y otras. Descubrí que el libro se había cerrado sin marcador ni leyes opresoras, se había doblado por donde le había dado la gana. Estupendo, pensé.
En esta duermevela de sueños ligeros los sonidos psicodélicos me pusieron en alerta en un flashback de los años 60 ó 70. Por la tarde los meteorólogos nos avisaban de tormentas en la costa, pero aquello no era un temporal, ¡qué más hubiese querido yo! ¡Me encantan! Pero fuera como fuese aquello me espabiló.
Percusión y punteo de guitarra eléctrica, música en vivo, hora, las 2 de la mañana. Me levanté del sofá y me acerque al ventanal que da sobre el paseo marítimo. Pude leer los sonidos de música. Descubrí la procedencia en cuanto alejé el sueño de mis ojos y de mi mente, la nueva discoteca al aire libre. Luces en colores ácidos y magentas, inundando la oscuridad de luna llena. Tras las palmeras del paseo podía adivinar a gente bailando como locos En medio de una noche plena de magia bruja ¿qué se podía esperar?
Coros de todas las voces, especialmente las de barítonos y bajos un tanto bebidos. Las horas de las estrellas olían a mar, a sal, que dicen los que viene del interior, a hechizo encantado, a partituras dislocadas que te hacían entrar en su mundo. Estaba en pijama, descalzos los pies, pero me hubiera ido corriendo hasta aquel bullicio lleno de vida. Bueno, tal vez otro Sábado en el que la luna haya hecho sus deberes y esté plena de luz.