Hermanos, seguimos recorriendo el gozoso camino de la Pascua. Y hoy llegamos al tercer domingo de este tiempo glorioso, y en su evangelio nos encontramos con una de las apariciones del Señor Resucitado a sus discípulos. En concreto, este domingo se nos ofrece el relato que es la continuación de la escena de Emaús. Porque Jesús, tras su resurrección, se quiere hacer presente en medio de sus discípulos, como también hoy quiere estar en medio de nuestras vidas y de nuestra iglesia.
Tras verlo partir el pan, Cleofás y su compañero de camino vuelven corriendo a Jerusalén, a la comunidad a decir que se habían encontrado con el Señor en el camino y que era verdad que había resucitado. Pero la sorpresa sigue creciendo: Jesús se hace presente y quiere aprovechar la ocasión para explicarles lo que las Sagradas Escrituras decían de Él y de su misión redentora.
Así, Jesús se pone en medio de la comunidad como si fuera una fuente en la plaza del pueblo. De Él brota la paz, el perdón, la fortaleza. Él es la fuente de nuestra vida, de cuya alegría podemos beber todos para ser testigos de su fe.
Se presenta con su saludo, con su “paz a vosotros”. Ese el primer don del Resucitado. Y es la manera en la que Jesucristo se presenta siempre a los suyos tras su resurrección.
Ellos están aun asumiendo lo que había pasado, están saliendo del dolor que los embargaba y que ahora se va a transformar en gozo al ver que era verdad lo que le había dicho su Maestro: que la muerte y el dolor no tenían la última palabra, que Dios hace renacer la vida. Y lo hace con la fuerza del amor.
La presencia del Señor Resucitado en nuestra vida nos pacifica por dentro y busca disipar nuestras dudas, abriéndonos la mente y el corazón para entender lo que acontece a nuestro alrededor.
Porque la resurrección no elimina el dolor de la vida, es verdad. Las heridas de los clavos y el costado que el Señor les presenta son uno de sus signos de identidad, y a la vez, testigos silenciosos de su entrega amorosa. Sin cruz, sin entrega redentora, no hay lugar para alcanzar la plenitud de la vida que les presenta Jesucristo.
Una de las particularidades de esta aparición es que el Señor finalmente les abre el entendimiento a sus discípulos, para que comprendan la Escritura y todo lo que esta supone para la vida de sus apóstoles primero y de todos nosotros, los creyentes, después.
Por eso nos recuerda el autor sagrado que ya la escritura había anunciado su Pasión y su Resurrección a los tres días. Y sobre todo que eso iba a tener consecuencias: la buena noticia y la conversión en su nombre se ha de proclamar a todos los pueblos.
El gran fruto de la Resurrección es esa, que los cristianos tenemos que llevar la esperanza y la alegría que nos da el haber descubierto que el Señor está vivo y cerca de todos nosotros, sus hermanos. Pues manos a la obra, hermanos.
Este sábado las calles de Antequera se han llenado de jóvenes que han venido a celebrar y a participar de la alegría de la Pascua. El Encuentro de la Juventud quiere ser ese evento anual donde muchos de los jóvenes cristianos de nuestra diócesis se reúnen a rezar juntos al Señor para dar gracias al Señor por su amor. Y también para conocer la realidad de la Iglesia en nuestra ciudad, las principales actividades, sobre todo a nivel caritativo, que se llevan a cabo en nuestra querida Antequera.
Ojalá que esta experiencia no solo sirva a esos jóvenes que se han “encontrado” en nuestra Ciudad, sino que impulse a nuestras comunidades a seguir dando alegre y esperanzado testimonio de la Resurrección del Señor. Que Dios os bendiga y feliz domingo.