jueves 21 noviembre 2024
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Domingo 26 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, rey del Universo

Queridos hermanos: La Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo que celebramos este domingo, pone punto final al año litúrgico. Con ella, la liturgia quiere culminar toda la celebración de la Iglesia, al actualizar el hecho de la realeza de Cristo, quien como Señor lo será todo en todos cuando llegue la plenitud de los tiempos.

Este título que la fe da al Señor en la Biblia no es el primero, ni mucho menos. Buen ejemplo de ello nos lo da el salmo responsorial que repetiremos en la celebración de este domingo: el Señor es mi pastor, nada me falta. Es una verdadera confesión de fe que hace Israel cuando reconoce en Dios a aquel que cuida de su pueblo, aquel que lo guía a través de las cañadas oscuras de la vida, aquel que se dedica a llevar a los suyos a disfrutar de “verdes praderas” del Reino.

Aunque una de las cosas que siempre nos ofrece la celebración de esta fiesta es profundizar verdaderamente en lo que supone la realeza de Cristo. Por eso sitúa Mateo la escena al final de los tiempos, cuando todos nos reunamos en torno a su trono de gloria para ese cierre de la historia con el juicio que Él realizará. ¿De qué se nos preguntará ese día? Como diría san Juan de la Cruz, al final de la vida, nos examinaran del amor. Ni más ni menos.

Y no de una manera bucólica y lejana de la realidad, sino a través de responder a las necesidades y los sufrimientos concretos de los hermanos. Obras son amores y no buenas razones, como nos dice el refrán. Y eso es lo que parece que busca el propio Señor, que no se contenta ni con nuestras buenas intenciones ni con las bellas palabras, que al final se las lleva el viento. Quiere que nuestra fe se manifieste en gestos concretos, en nuestra actividad cotidiana.

Por eso podemos decir que: benditos los pies que se encaminan cada día hacia los que pasan hambre para compartir con ellos su pan. O benditos los que oyen lo que gritan los refugiados desde las orillas del mar y los acogen. En una palabra, benditos los que, guiados por el Espíritu Santo, entienden su vida en la única clave que merece la pena, la clave del servicio.

Además, serán esos hermanos más pequeños, esas hermanas más necesitadas quienes hablarán de nuestras obras, quienes dirán si hemos aceptado el verdadero reto de esta parábola: ¿hemos descubierto el rostro del Señor en ese sufrimiento, en esa pobreza?
Escuchamos que muchas personas dicen que se dirigen a Dios, pero parece que Dios no les responde. Por eso podemos preguntarnos si lo habrán buscado bien, en los más pequeños con los que Jesús se identifica o por el contrario estamos poniendo nuestra viste en otro lado.

No podemos olvidarnos que esta realidad del juicio lo que quiere es abrirnos a que se cumpla en nosotros la promesa que recibimos el día en que por el bautismo nos incorporamos a la gran familia de los hijos de Dios: hacernos participar de su amor, para lo que fuimos creados, para ser plenamente de la misericordia de Dios.

Encaminándonos a ello, y trabajando por hacer cada día un mundo donde el reinado de Dios esté más presente, por buscar con ahínco que el mundo sea un lugar donde la fraternidad se encarne en la existencia de todos los que formamos parte de la gran familia humana, desearos de corazón una santa y feliz celebración de esta fiesta. Que Dios os bendiga.

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