Al entrar en el mes de agosto recordemos que 2025 es un año especial del Jubileo cristiano. Ya el mismo Papa Francisco nos lo expresaba con la bula “La esperanza no defrauda”. Él destaca que la vida cristiana es un camino que “necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor”.
En este tiempo de vacaciones es la hora propicia para hacer un alto en nuestro camino y preguntarnos donde estamos colocando nuestra esperanza: ¿en el dinero? ¿vida cómoda y sin complicaciones? ¿poder? ¿apariencia cristiana?. Y aquí el mismo Papa Francisco nos invitaba a “poner un especial acento en la esperanza que sostiene el camino de vuestra vida, incluso cuando se vuelve tortuoso y difícil; la esperanza abre ante nosotros horizontes de futuro cuando la resignación y el pesimismo quisieran tenernos prisioneros” (Papa Francisco).
Y es precisamente de esa esperanza de la que Jesús nos habla en este domingo. Él nos dice que la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas, es decir, buscar un mejor bienestar de vida siempre será bueno, pero no a cualquier precio y menos si se consigue a base de egoísmo. Recordemos que para el creyente en Dios, su primera preocupación es buscar los bienes que no perecen y que están en la perspectiva divina. Sin duda que la enseñanza de Jesús con esta parábola es iluminar a aquellos que ponen su total confianza, tiempo y capacidad en ídolos como: los bienes materiales, títulos profesionales, el estatus social y el intelecto.
La situación que vive Jesús es provocada por un hombre que pide su intervención como árbitro de un litigio con su hermano para compartir su herencia. Pero su interrupción es impertinente, porque no le interesa lo que se está enseñando, sino que su único objetivo está centrado en el problema de su herencia. Jesús se niega a discutir y manifiesta la avaricia y los intereses egoístas de este hombre, pues descubre que la herencia del padre ha desatado la ambición, la envidia y la división de los hermanos.
Analicemos esta situación y preguntémonos: ¿Cuántos hermanos hay hoy también peleados, sin hablarse y llenos de rencor y odio por culpa de la herencia?. Y aquí las palabras de Jesús han de ayudarnos para iluminar nuestra vida y nos advierte, ya que la lucha por sobrevivir muchas veces se constituye en un fin y no en un medio para ser feliz.
En efecto, la parábola presenta la situación de alguien que vivió para acumular y no para “vivir” y se olvidó de dar un sentido adecuado a la riqueza más importante que tiene y no la aprecia: su propia vida, como también el comprometerse con los demás.
El protagonista de esta pequeña parábola agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su riqueza, pero se empobrece a sí mismo. Acumula bienes, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la alegría o la solidaridad. No sabe dar ni compartir, solo acaparar. Preguntémonos: ¿qué hay de humano en este estilo de vida? ¿conoces a cristianos que piensan así? ¿qué les aconsejarías?. Recordemos que para responder y acertar en la vida no basta pasarlo bien. El ser humano está hecho para cultivar el espíritu, conocer la amistad y experimentar el misterio de Dios en nuestra vida.
En este año del jubileo en la Iglesia es necesario preguntarnos: ¿en qué estoy invirtiendo mi vida y dónde pongo mis mayores expectativas?. Pensemos que vivir acumulando puede ser la ruina de todo verdadero amor. El mismo Papa Francisco nos recordaba: “Que el año jubilar 2025 sea una oportunidad para crecer en el perdón y ser misioneros de la esperanza”.