Estamos cansados de escuchar y sobre todo en el mundo de la familia y de la educación, que existe hoy una gran falta de autoridad. Incluso que a nivel social y político han desaparecido las personas con autoridad: moral, intelectual, espiritual… En el trabajo diario con mis alumnos palpo esta realidad que traen muchos niños y jóvenes de sus propios hogares. No hay límites. Y con ello aparece el sentimiento de que todo vale… de que nada se puede prohibir… de que todo está permitido…
No sé si en tiempos de Jesús existía esa crisis de autoridad pero parece que al menos había un cierto desprestigio de algunas autoridades. Me llama la atención el evangelio de hoy, en el que se afirma con qué autoridad hablaba Jesús, en contraste con la forma de hablar o de actuar de ciertas autoridades religiosas de su época, quizá maestros parlanchines que no convencían, más que pos sus palabras, por sus hechos.
La autoridad de Jesús se basaba sin duda, no en la floritura de sus palabras o en el autoritarismo del que se impone, sino en la convicción de sus hechos, en el reflejo de sus palabras, en su vida. La palabra de Jesús es palabra sanadora, salvadora, acogedora, cercana, que humanizaba a quienes la oían. No es palabra impositiva. No es autoritarismo. El autoritarismo vence, la verdadera autoridad convence. Los grandes líderes morales de la humanidad siguen siendo autoridad para todas las generaciones porque han rubricado la palabra con su vida, e incluso con su sangre.
Recordábamos el día 30 pasado a Gandhi en el aniversario de su muerte (en los Carmelitas celebramos el día de la paz y la no violencia). Ahí están también Maximiliano Kolbe, Juan XXIII, monseñor Óscar Romero, Martin Luther King, el hermano Roger de Taizé (a quien tuve la gran suerte de conocer personalmente y darnos un fuerte abrazo en una pascua juvenil), el papa Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta, nuestro mártir carmelita Tito Bradnsma, y un largo etcétera de nombres ejemplares que se han erigido en luces de la humanidad.
Y quizá sea eso lo que más se echa en falta hoy: hombres y mujeres que sean autoridad moral para la humanidad actual, necesitada de valores que la guíen y la orienten, pero valores personificados, encarnados, vividos con autenticidad. Hoy en el mundo no creemos en los grandes discursos políticos y religiosos que estén vacíos de vida.
Por eso nos llena tanto su Santidad el Papa Francisco porque sus palabras son actuales y portadoras de vida. Hoy Creemos en el testimonio. Por eso, no buscamos maestros de la verdad, sino testigos del amor. Los cristianos estamos llamados como Jesús a ejercer nuestra autoridad moral en base a nuestros actos.
Cuando las personas son auténticas y coherentes convencen, se hacen autoridad espontánea para la humanidad en general y para la humanidad particular de niños y jóvenes. Y es que la autoridad verdadera la da el amor, que quizá falta hoy en muchos padres permisivos que, con tal de no enfrentarse a sus hijos, les dan todo para que no les molesten, no ayuda en nada, a crecer como personas. Y, claro, así no se puede pedir después autoridad.
La autoridad actúa desde el amor y por eso es también exigente. Y es ante todo coherente. No dejamos de tener autoridad por ser cercanos y ponernos a la altura de los demás. La autoridad no consiste en estar arriba y por encima, creyéndonos superiores a los demás e infalibles en nuestros discursos. Jesús tenía esa autoridad de quien se acerca y convence por la calidad no de sus palabras, sino de sus gestos de amor.
Menos palabras, más hechos; menos ley, más amor. Sólo actuando de esta manera estaremos siendo un poco más parecidos a ese “enseñar con autoridad” que nos presenta Jesús en su evangelio.
padre Antonio Jiménez López