Sin embargo, aquel pueblo fue rechazando y matando uno tras otro a los profetas que Dios les iba enviando para recoger los frutos de una vida más justa. Por último, en un gesto increíble de amor, les envió a su propio Hijo. Pero los dirigentes de aquel pueblo terminaron con él. ¿Qué puede hacer Dios con un pueblo que defrauda de manera tan ciega y obstinada sus expectativas?
Los dirigentes religiosos que están escuchando atentamente el relato responden espontáneamente en los mismos términos de la parábola: el señor de la viña no puede hacer otra cosa que dar muerte a aquellos labradores y poner su viña en manos de otros. Jesús saca rápidamente una conclusión que no esperar: “Por eso yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca frutos”.
Sin embargo, la parábola está hablando también de nosotros. Si, de los hombres y mujeres del siglo XXI. De los que estamos vivos en el mundo aunque involucrados en una cultura muchas veces de la muerte. Una lectura profunda, serena, honesta del texto nos obliga a hacernos graves preguntas: ¿Estamos produciendo en nuestros tiempos “los frutos” que Dios espera de nosotros: justicia para los excluidos, solidaridad, compasión hacia el que sufre, perdón…? ¿Os imagináis este texto leído con la ley del aborto de trasfondo?, ¿Cómo quedaríamos de retratados nosotros los cristianos?… ¿En qué lado nos tendríamos que posicionar: en el de los trabajadores de la viña, o en el de los… (¡Qué horror!).
Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestra mediocridad, nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. Si no respondemos a sus expectativas, Dios seguirá abriendo caminos nuevos a su proyecto de salvación con otras gentes que produzcan frutos de justicia.
Nosotros hablamos de “crisis religiosa”, “descristianización”, “abandono de la práctica religiosa”… ¿No estará Dios preparando el camino que haga posible el nacimiento de una Iglesia más fiel al proyecto del Reino de Dios? ¿No es necesaria esta crisis para que nazca una Iglesia menos poderosa, pero más evangélica, menos numerosa pero más entregada a hacer un mundo más humano?