Entramos en el mes de agosto, mes de vacaciones y calores. Echando una ojeada a nuestra realidad, contemplamos que no es nada fácil construir el Reino de Dios cuando los poderosos siguen en guerra, compran a los pobres de África regalándole trigo y armas. La paz tan deseada pareciera que se va a legando cada vez más. Y luego tras las elecciones, nos preguntamos: ¿Qué buscan las alianzas, o bloques? Si buscará realmente el bien común de los españoles, dejarían de lado sus ideologías que dividen y realizarían alianzas sin tener en cuenta el color de partido. Por otra parte, pareciera que ya a nadie le preocupa el calentamiento global. Y aquí hemos de recordar al Papa Francisco que nos invita a cuida la casa común que es la tierra.
Guiados por la rapidez y eficiencia de las nuevas tecnologías, quisiéramos que ya todo cambiara. Pero la persona necesita del silencio, la reflexión, la comunión con los demás para lograr los cambios. Algunos creen que basta con rezar y otros que ya no es hora de rezar sino de cambiar. Aquí recuerdo al electo arzobispo de Madrid y Cardenal José Cobos que en su homilía puso el dedo en la llaga y señaló: “Sin inclusión social, la alegría del evangelio sería un imposible”. Y frente a los cristianos que se estancan en la Iglesia de ayer y no quieren renovarse señaló: “La Iglesia necesita siempre, en cada momento y en cada etapa, emprender nuevos caminos. No vale lo de siempre. El cambio de época lo reclama para anunciar la alegría y fascinación del Evangelio”.
Es precisamente lo que Jesús quiere hacer de sus discípulos más amados, que se fascinen por él y por la construcción del Reino de Dios. Así toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y los lleva a una “montaña alta”. No es la montaña a la que le ha llevado el tentador para ofrecerle el poder y la gloria de “todos los reinos del mundo”. Es la montaña del Tabor en donde sus más íntimos van a poder descubrir el camino que lleva a la gloria de la resurrección.
Al lado de Jesús y de Pedro, Juan y Santiago, hagamos el esfuerzo de dejar de lado nuestros desiertos cargados de dolor, penas, sufrimientos y enfermedades para subir con Jesús a la montaña donde encontraremos mucha paz, silencio. En realidad los cristianos siempre hemos de estar en actitud de éxodo, de salida, siempre saliendo de nuestra casa, de nosotros mismos. Seguramente que en el camino encontraremos lucha o encontraremos experiencias enriquecedoras de luz y gracia. Tengamos en cuenta que todo nos ayudará a crecer y acercarnos más a Cristo que va siempre delante de nosotros y también con nosotros.
En la escena de la Transfiguración percibimos cierto miedo y espanto de los discípulos. Ellos caen por los suelos “llenos de espanto”. Les da miedo escuchar solo a “Jesús” y seguir su camino humilde de servicio al reino hasta la cruz. Es el mismo Jesús el que lo libera de sus temores. “Se acercó” a ellos como sólo él sabía hacerlo; “los tocó” como tocaba a los enfermos, y les dijo: “Levantaos, no tengáis miedo” de escucharme y de seguirme solo a mí.
Reconozcamos que también a los cristianos de hoy nos da miedo escuchar solo a Jesús. No nos atrevemos a ponerlo en el centro de nuestras vidas y comunidades. No le dejamos ser la única y decisiva Palabra. Es el mismo Jesús quien nos puede liberar de tantos miedos, cobardías y frustraciones si nos dejamos transformar por él. “¡Qué bien se está contigo, Dios mío!”, como señala el apóstol Pedro en el Monte Tabor.