· Primera lectura:
Deuteronomio 4, 1-2. 6-8.
· Salmo responsorial:
Salmos, 14. “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?”
· Segunda lectura:
Santiago 1, 17-18. 21b. 22-27.
· Evangelio:
Marcos 7, 1-8, 14-15. 21-23.
Una de las tentaciones con las que convive el pueblo de Israel es el de creer que con cumplir «fielmente» con los preceptos de su religión todo estaba hecho. Por ello defendían hacer un verdadero «encaje de bolillos» para tener su conciencia tranquila, creyendo que así daban verdadero culto a Dios.
Pero por desgracia, actuando de esa manera lo único que conseguían, según Jesús es engañarse, creyendo que cumplían con sus obligaciones. Un «cumplimiento» de verdad: «cumplo» con lo que dice la letra de la norma pero al mismo tiempo «miento» porque mi corazón está en otra cosa, no está desde luego buscando hacer la voluntad de Dios en mi vida con esas acciones.
Y como de costumbre, cuando Jesús lo explica, va a entrar en el fondo de la cuestión. La creencia no es algo que esté a «flor de piel» sino en lo más profundo de nuestro ser, en el corazón, donde las personas nos jugamos la verdad todo lo que somos.
Por eso reacciona ante las acusaciones de los fariseos de que sus discípulos comen con las manos «impuras» porque no se lavan las manos. No critican su falta de higiene, sino que «rompen» algo tan importante como son las tradiciones de los mayores.
De ahí que la respuesta de Jesús no se haga esperar. Y con la «dureza» que acostumbra cuando le plantean estas cuestiones. Con un «piropo» fuerte como hipócritas, les hace una acusación que no es nueva, que ya en tiempos de los profetas Yavhé hacía a su pueblo: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».
Esa es la verdadera clave del texto. Y de toda vida cristiana. Cuando uno tiene la suerte de descubrir que Cristo es el Señor de su vida, el siguiente paso es el de «configurar» a Él toda nuestra existencia. Es decir que todas nuestros pensamientos, sentimientos y acciones deben reflejar esa nueva vida.
Ahí está la clave. Conocer al Señor es importante. Pero lo que de verdad debemos hacer los creyentes es amarlo. Pues el paso más grande que hay en nuestra vida es el camino que hay desde nuestra mente, desde nuestro conocer a nuestro corazón, a nuestro querer. No es fácil. Hacerlo es reconocer nuestra gran limitación: nuestra plenitud, nuestra felicidad solo puede venir de Dios a través de los demás. A esto se le añade otra realidad importante.
Muchas veces pensamos que lo malo nos viene de fuera. Es normal, buscamos una excusa o alguien a quien echarle la culpa cuando no hacemos las cosas bien. Y sin embargo Jesús pone de nuevo el espejo delante nuestra para que veamos que eso no es así, que lo que hace impuro a la persona nace de lo más profundo de su ser.Habla de una serie de maldades, como son los «malos propósitos, las fornicaciones, los robos, los homicidios o los adulterios».
En resumen, todo lo que nace del egoísmo y de la frivolidad, de la vida «líquida» que nos rodea hoy en día.Ante eso ¿qué nos queda?, ¿dónde podemos buscar seguridades, o al menos algún cimiento para construir nuestra vida? Sólo desde Dios, sólo buscando hacer su voluntad en nuestra vida concreta y para los demás. Ese es realmente el único cimiento firme para nuestra vida. Todos lo demás no nos servirá de verdad, será trabajar en vano. Con esa realidad, lo que nos queda es volvernos a Él, que siempre está esperando.En nuestra vuelta a la normalidad del mes de septiembre, esta tarea de hoy puede ayudarnos en ese «proyecto» para nuestra vida de los próximos meses. No como esos propósitos de corto recorrido de cada comienzo de curso nos hacemos, sino en un deseo de vivir más plenamente nuestra vida de fe. ¡Que el Señor os bendiga!