miércoles 1 mayo 2024
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¿De dentro hacia fuera o de fuera hacia dentro?

Toca volver de vacaciones. Después de un merecido descanso veraniego, damos comienzo al curso pastoral y con ello a la vida plenamente activa en parroquias, colegios, movimientos… Con ello también comienza el período lectivo escolar: enseñar a los preferidos del Señor, ¡qué privilegio! Y su crecimiento educativo, y también en la fe, depende de todos: padres y profesores. 

 

El Evangelio de este primer domingo de septiembre, vigésimo segundo del tiempo ordinario, comienza con una escena que nos podría parecer, precisamente, algo muy común que enseñamos a los más pequeños: lavarse las manos antes de comer. Más allá de ser un hecho puramente higiénico y salubre, la escena de este pasaje de Marcos encierra un mensaje que va más allá de esta faceta de salubridad: una costumbre ancestral del pueblo; el hecho de lavarse las manos lo consideraban necesario para evitar que algún mal pudiera dañar el corazón del ser humano y convertirlo, por tanto, en un germen del mal dentro de la comunidad. 

 

Cuestionando los fariseos el hecho de comer con “manos impuras” por parte de los discípulos de Jesús, tal y como relata literalmente el evangelio, Jesús les da esta respuesta: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Por ello,comienza aquí el debate: ¿de dentro hacia fuera o de fuera hacia dentro? Cuando herramos mal, ¿es debido a la influencia de nuestro entorno o se debe a nuestro propio error humano?

 

La Iglesia, por naturaleza, es pecadora. Esto traducido significa que TODOS LOS QUE SOMOS IGLESIA SOMOS PECADORES, es decir, tenemos la facultad de poder equivocarnos en nuestros actos y somos nosotros los únicos responsables de ellos. Pedir perdón por nuestros fallos y arrepentirnos de ellos nos debe transportar a un aprendizaje más que humano: el aprender de nuestros propios errores y el procurar que el ser humano no sea un animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Comenzamos este curso pastoral y os invito a que lo hagamos de una manera muy sencilla: evaluar y analizar aquello que el pasado curso no fue tan bien, aquello que pudimos hacer mejor, arrepentirnos de nuestros fallos y, por qué no, recibir el sacramento de la penitencia por nuestro arrepentimiento, siempre con la mirada puesta en cómo intentar obrar bien con miras a no volver a caer en la misma piedra. Todo esto, muy sencillo, pero a la vez signo de gran humildad, mientras esperamos recibir los objetivos pastorales diocesanos para este próximo año. Mientras tanto, es conveniente alimentarnos bien, de fuera hacia adentro, recibiendo el pan del cielo que las pasadas semanas Jesús nos ofrecía en el evangelio: ello también ayudará a alimentar nuestra fe y a hacer más presentes los valores evangélicos que nuestro corazón debe vivir para poder así manifestarlo en obras de amor al prójimo, desde lo más profundo de nuestro corazón. ¡FELIZ REGRESO!

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