viernes 28 junio 2024
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Santísima Trinidad: Dios Trinidad, domingo 26 de mayo de 2024

Y ocurrió que cuando aquella primera teología cristiana se vio en la dificultad de explicar el Misterio de Dios, los teólogos recurrieron a los esquemas filosóficos y surgieron las afirmaciones recogidas en el prefacio de la Misa: «No una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza… tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad».

Con estos términos, se superaban las herejías, pero al precio de implicar sólo a la razón humana. Lo que nos llevó a un callejón sin salida, como expuso San Agustín con la historia del niño que se empeñaba en trasladar el agua del mar a un pequeño hoyo en la playa. Gesto que retrataba la incapacidad de la razón humana para comprender solo intelectualmente el misterio de la Trinidad.

Por eso, podemos comenzar nuestra jornada haciendo la señal de la cruz, pero sin unas relaciones personalizadas con Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¿No sería mejor que nos aproximáramos a Dios, Uno y Trino, desde la afectividad y la sensibilidad, que también son cauces de la verdad?

El misterio íntimo de Dios siempre nos seguirá siendo inaccesible. Pero si dejamos por un momento las categorías griegas, y hablamos de Dios como nos revela el Nuevo Testamento: como un Dios familia, un Dios-comunidad, un Dios-amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por la vía del amor entenderemos mejor a Dios.

Y es, que en la Santísima Trinidad encontramos la más perfecta realización del amor, ya que el amor tiene una fundamental exigencia: que el amante y el amado sean de alguna manera uno. Y sabemos que lo serán, si aprenden que eso sólo puede conseguirse con la auto-donación. Amar es dar hasta que no quede nada; dar hasta darse. Solamente entonces el amante y el amado, aunque sigan siendo dos, se convertirán en uno.

Esto es lo que significa la Trinidad: la realización del amor perfecto. El secreto de Dios es que, en las tres personas, no hay ningún egoísmo. Lo que hace que Dios sea Dios -y que nosotros llamamos naturaleza divina- lo tiene completamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hablar del misterio de Dios de esta forma, nos lleva a concluir que no estamos ante un mero misterio intelectual, sino ante el gran modelo de amor para nosotros.

Por tanto, si desde las primeras páginas del Génesis, se dice que el hombre ha sido creado «a imagen y semejanza» de Dios -semejanza que sólo se afirma del ser humano-, lo que se está diciendo es que el amor es lo que más nos aproxima a Dios. Por ello, a medida que amamos y nos damos, más nos parecemos a Dios. Esto es vivir a imagen y semejanza de Dios. Que amemos con el amor que desborda el egoísmo y lleva a la auto donación.

Que amemos como hijos de tal Padre. Padre, que se nos ha manifestado en su Hijo. Hijo que nos enseña y dona en su Espíritu. Espíritu que es el amor, la donación del Padre y el Hijo y que habita en su Iglesia.

Y si nos abrimos al amor Trinitario, descubriremos que hay momentos en los que solo las manos del Padre podrán acariciarnos; momentos en los que la entrega del Hijo será nuestra fortaleza; y momentos en los que el Espíritu iluminará nuestra senda. La riqueza del amor de Dios es el don más grande que el cielo ha otorgado a los hombres.

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