En este segundo domingo de Adviento, San Marcos nos habla del comienzo de la Buena Noticia. Primeramente, lo que resuena no es la voz de Jesús, sino la voz de los profetas, cuya misión es tocar la aridez de los corazones. Jesús no llega al corazón de las personas de sopetón. Necesita alguien que le prepare el camino. Juan Bautista recoge las palabras de Isaías y predica y prepara el camino… «Una voz grita en el desierto». ¿Acaso nuestros oídos están taponados? ¿No oímos? O lo que es peor, ¿no hay respuesta?
Pedía el Señor que se hablase al corazón del pueblo. Ese pueblo somos hoy nosotros, la Iglesia. ¿Quién es quién habla con profundidad al corazón? Jesús. Sus palabras fueron siempre de vida y de gracia y llegaban al corazón de la gente, especialmente a los que más sufrían. Hablar al corazón, es decir palabras sinceras y sentidas, palabras vivas: la palabra que el hombre necesita y espera. Es hablar desde la comprensión y la empatía. Es proyectar un haz de luz en la noche del que sufre.
Hoy no sabemos hablar al corazón. Hablamos más al cerebro, para convencerle de nuestras ideas o ideologías… al corazón no llegan nuestras palabras. Os propongo que pensemos ahora en los medios de comunicación, que pensemos en los discursos de los políticos, en los mensajes de todos esos famosos, en las enseñanzas de los educadores, en nuestros diálogos en familia… nuestros diálogos pecan de superficiales…
Hablemos, pues, al corazón: que los padres hablen al corazón de sus hijos; que los educadores hablen al corazón de sus alumnos; que los gobernantes hablen al corazón de su pueblo… veríamos que diferente sería todo en el mundo. Preparad el camino al Señor… escucharemos repetidamente en este tiempo de Adviento: ¿Qué pasos ha de dar el hombre? ¿Qué caminos tiene que preparar? ¿Cómo ha de preparar su corazón? ¿Cómo lo haremos? Todos podemos dar pequeños pasos, que uno tras otro, son un gran trecho que podemos recorrer con la ayuda de Dios.
El primer paso es creer, es decir, que nos fiamos de Dios. Un segundo paso para preparar ese camino sería dejarnos limpiar. La casa está muy sucia (la casa somos nosotros). Y por último: Amemos. Amemos a Dios que tanto nos ama, amémosle más que a todo, amémosle siempre.
Pero hemos de amar no sólo al Dios que está en los cielos, sino al que anda por ahí y se le puede encontrar por cualquier calle o casa, al Dios más visible, al Dios más necesitado.
Preparar la Navidad no es llenar de dulces y de flores de pascua nuestras casas, es «dar el callo» por los demás. Ser cristiano es amar a Dios a quien no vemos y es amar a los hermanos a quienes sí vemos y en quienes se refleja el rostro del auténtico Cristo sufriente. Esta preparación de los caminos del Señor es lo que llamamos conversión. Y toda conversión es un proceso que debemos recorrer en pequeños pasos. Hoy la Palabra de Dios nos invita a convertirse o cambiar totalmente nuestra vida, a empezar a vivir de nuevo, a ser el hombre o mujer nuevos desde la fe, la esperanza y el amor en todas sus dimensiones.
padre carmelita ANTONIO JIMÉNEZ