Poco a poco nos vamos alejando de la Navidad. Después de haber reconocido Juan Bautista a Jesús como “el que tenía que venir”; la misión del Bautista está llegando a su fin para dar paso a Jesús. Cuando ocurre esta escena, del Evangelio de hoy, Juan Bautista estaba preso y Jesús va a Galilea.
Galilea era la parte más remota del país y la más lejana de Jerusalén. En este contexto Jesús comienza a predicar y a proclamar el cumplimiento del profeta Isaías: la luz ha llegado al pueblo que vivía en la oscuridad. La vida de cada hombre tiene numerosos momentos de oscuridades. Incluso los grandes místicos han pasado por noches oscuras (Nuestro santo carmelita San Juan de la Cruz) que, aunque purificadoras, siempre tienen una gran carga de dolor. Quien da cobijo a Jesús es capaz de ver con profunda claridad su vida, aunque ese seguimiento requiera un esfuerzo y sacrificio.
¿Qué es tener claridad en la vida? Hay momentos en que decimos que la mañana está clara, que tenemos las cuentas claras y que las intenciones son claras… pero no nos hemos detenido a examinar la claridad de nuestra vida.
Tener claridad es saber distinguir lo que nos pasa; saber distinguir quiénes somos, de quiénes no somos, y saber que no somos dioses y que Dios es Dios. La tiniebla es engañarse a uno mismo; no querer ver la realidad de mi vida ni la presencia de Dios en ella, por eso las sombras son “sombras de muerte”, porque no me hacen ser más humano; no me hacen crecer ni humana ni espiritual ni emocionalmente.
Una de las grandes tragedias de la vida humana es saberse en tinieblas y no encontrar caminos de luz. En medio de este panorama Jesús proclama la necesidad que tenemos de convertirnos para que la luz llegue a nuestra vida. Y Para ello nos propone la conversión a Dios.
Convertirse es cambiar de mentalidad para adquirir los criterios de Dios. Pero no todo el mundo está dispuesto a realizar este cambio. Muchas veces por miedo o por comodidad las personas prefieren mantenerse en sus dolores que ir a sus esperanzas. Prefieren el sufrimiento al enfrentamiento consigo mismo.
El Señor no nos enfrenta con los demás, ni tan siquiera con nuestros enemigos. Hace algo mucho más duro: nos enfrenta contra nosotros mismos y nuestro mundo interior. Cuando Cristo comenzó a predicar, comenzó también a reunir discípulos, para que fuesen oyentes antes que predicadores. Los discípulos le siguen porque se fían de su palabra, antes incluso de ver sus milagros.
La vida cristiana no se basa en el ver milagros sino en confiar plenamente en Aquel que puede hacerlos. Termina el Evangelio de hoy con la curación de enfermos. Siempre encontramos emparejadas el predicar el Evangelio y el curar a los enfermos.
Una señal bien clara que la curación que Jesús realiza en las personas no es solamente la física sino también la espiritual. Podemos afirmar por tanto, que todos estamos llamados a la curación integral de nuestra vida. Por ello decimos que estamos llamados a la conversión.
padre carmelita Antonio Jiménez