Acercándonos ya a las fechas que marcan nada menos que el DC Aniversario de la Incorporación de Antequera al Reino cristiano de Castilla, bueno será referirnos a la ciudad que dio nombre a su conquistador. Para ello, repasando los tratados de F. AZNAR, J. GREUS, CRISTÓBAL FERNÁNDEZ, CABRERA, FERMÍN REQUENA y otros, recordar con brevedad que a la llegada de los romanos en el siglo I, impresionados sin duda por los vestigios megalíticos, la llamaron Antiquaria, del latín «Anticuus».
Sin embargo, no conviene olvidar que hay tesis que pretenden formar el nombre de Antikaria de las voces Antia y Aquaria. La primera, atribuida a un pueblo en cuyos restos creen que se edificase Antikaria y la segunda, procedente de la topografía de la ciudad para expresar la abundancia de aguas, pero la mayoría se inclina a su carácter de «conservadora de antigüedades» por la existencia cerca de ella de los monumentos de Singilia Barba, Nescania, Arastepi, Osqua y Astapa, todas ellas municipios libres.
El caso es que la fundación de Antequera va ligada a la aparición del municipio romano de Antiquaria o Antikaria donde existió el único Colegio de Pontífices de los Césares que hubo en España.
El vacío de datos entre los grandes complejos de la prehistoria y el gran legado romano, no es indicativo para ignorar posibles asentamientos de iberos, tartesios, fenicios y cartagineses, que queda patente en barros y sepulcros hallados en Cerro León, del término de Antequera.
Los germanos destruyeron, junto con Antikaria, Singilia, Nescania, Osqua y Aratispi, dejándolas arrasadas, aunque Singilia siguió habitable, como lo prueba su necrópolis, en uno de cuyos sarcófagos de plomo se encontró una moneda de oro de Witerico (603-610). Lo mismo sucede con Antikaria, en la cual entraron las tropas árabes mandadas por Abdelazis-Ben-Muza-Ben-Noseir, hacia el año 714.
El Final de la España romana. Las Invasiones bárbaras y bereberes
El Imperio romano, hundida su economía, débiles sus emperadores, desmenuzada su administración, depreciada la moneda arrastrando al comercio y la industria, acusó una fuerte crisis entre los años 200 y 300 de nuestra Era, crisis que determinó el abandono de las ciudades y una desbandada general hacia el campo, ante la garantía que ofrecía la producción de materias básicas.
Como todo esto debilitó el ejército romano, otrora invencible, las tribus procedentes de Asia empujaban a los pueblos del norte y del este de Europa a buscar otros terrenos donde instalarse, encontrando muy apropiados los de la vieja Roma, a la que invadieron, primero mediante una serie de aparentes «tratados amistosos», pero luego, al comprobar la inexistencia de ejército o su debilidad, como una invasión en toda regla, quemando, arrasando los campos, la ciudades, ganándose el apelativo de «bárbaros», de los que cerca de Antequera tenemos una muestra: en las catas realizadas hace años en el Castillón, sede de Singilia Barba, se aprecian a unos ochenta centímetros de profundidad del suelo, unos costurones de unos cuarenta centímetros, que no son sino las cenizas de esa invasión «bárbara»; a la España Romana, sucede la España Visigoda, establecida en el año 409.
Una vez establecidos, los visigodos introducen cultivos como las espinacas y las alcachofas, pero sin igualar la riqueza agraria lograda por los romanos, agravándose la situación por unas plagas que contribuyeron a la ruina económica. Mientras, los hispano romanos se fueron mezclando con los invasores, en un mestizaje que permitió ocupar las ciudades que permanecían en pie o que se reedificaron.
Al igual que ocurrió a los romanos, los visigodos, que no tenían monarquía hereditaria, se debilitaron en las guerras sucesorias. En el año 710, al morir Witiza, lega la corona a sus hijos Agila y Ardobasto, pero la nobleza consideraba que al ser niños prácticamente, el candidato idóneo era Roderico o Rodrigo, que sería el elegido, pero los partidarios de los hijos de Witiza, no se conformaron y llamaron en su ayuda a los bereberes establecidos al otro lado del Estrecho de Gibraltar, soldados mercenarios a los que prometieron grandes riquezas. En el año 711, don Rodrigo es derrotado en la batalla de laco o Guadalete, pero una vez ganada la batalla los bereberes se dieron cuenta de que podían hacerse fácilmente con la península, despoblada y sin ejércitos organizados, de forma que la indefensión de los pueblos hispano–visigodos, ante la sorpresa de quienes les llamaron en su ayuda–, comprobaron la invasión de España que, en la mayoría del territorio hispano fue pacífica, al no tener ejército que se les enfrentara.
La Historia, como vemos, se repite, y los musulmanes se fueron apoderando de la mayor parte de la España visigoda, salvo un reducto inaccesible en el norte de la península, donde se guareció don Pelayo, cuyo papel sería decisivo unos años más tarde. Pero mientras, como decimos más arriba, hacia el año 714 ya tenemos a los musulmanes en nuestro terreno, transformando la Antikaria romana-visigoda en la Madina Antaqira.
(Continuará: II. Los Musulmanes en Antequera)