viernes 22 noviembre 2024
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La Antequera que conquistó el Infante Don Fernando (II): la Medinat Antaqira

Medinat Antaqira sería parecida, en sus mejores épocas, a las ciudades de su tipo, como las del norte africano: el «centro» era la «medina» o ciudad amurallada, con la mezquita, el alcázar y los mercados. Estaba rodeada de una muralla a la que se iban adosando barrios y de cuyas puertas nacían las calles principales que se distinguían, más anchas y empedradas, de las terrizas, tortuosas y con cambios continuos de dirección para lograr sombras contra el sol. Entre ellas, surgían pequeñas plazas con mercados o «zocos». Había «baños públicos», separados los de mujeres de los de hombres. Tenían cementerios independientes para musulmanes, cristianos o judíos, así como hospitales y leproserías.

Las grandes puertas se cerraban por la noche, en que policías armados y acompañados de perros y con faroles en la mano hacían la ronda para garantizar el descanso y evitar a los ladrones. El número de puertas determinaba la importancia de las ciudades.

Los barrios acogían a artesanos y comerciantes que se establecían agrupados, surgiendo calles de los curtidores, tejedores, zapateros, herradores, drogueros, pañeros, cantareros…

 

La vida diaria: el campo

Al amanecer salían al campo los labradores, de secano o regadío utilizando las aguas del Río de La Villa, transportadas por molinos y acequias. Trajeron las moras y los gusanos de seda, arroz, caña de azúcar, palmeras datileras, plantas aromáticas y medicinales y algodón, que se alternaban con los cultivos tradicionales de olivos, cereales, vides –aunque tenían prohibido el vino–, frutales y otros.

A mediodía crecía la animación en las calles, con mercaderes montando tenderetes con alimentos, especias, frutas exóticas, libros, tapices… Los barberos afeitaban en las esquinas y se instalaban puestos de freidurías de masas, aguadores, herbolarios… Completaban la estampa mendigos, ciegos con sus lazarillos, así como narradores de historias o cuentos.

 

Las casas

Las viviendas, muy parecidas, variaban en su interior según la riqueza, pues los ricos habitaban una mansión para ellos solos y los pobres compartían una entre varios. Fachadas lisas, ventanales estrechos y altura de dos pisos. Tras el portón, un zaguán por el que se accedía al patio, con galerías de columnas de mármol y macetas, arriates y pequeñas albercas o fuentes surtidores en medio. Al lado de las galerías habitaciones que servían de dormitorio por la noche y en la segunda planta, las mujeres. Las casas pobres eran por el estilo: puerta, zaguán, patio con pilares de ladrillo y habitaciones laterales ocupadas cada cual por una familia entera. Las mujeres hacían labores domésticas, distrayéndose asomándose a las celosías o en los días de baño acudiendo las amigas juntas.

Los muebles, grandes baúles con los enseres y utensilios; camas con colchones de lana y sábanas bordadas y las cunas, empapadores de cuero. En la cocina, platos, sartenes, ollas de cobre, cestos, con la despensa guardando aceite, harina, miel, vinagre, frutos secos, conservas y otros, todo cerrado con llave que custodiaba el padre. En las comidas, arroz y fritos; poca carne, sólo de animales que «balaran». En cuanto a la bebida, agua con esencias y jarabes hechos de membrillo, manzana, granada, limón, naranja, horchata… En invierno, braseros de carbón, y todo el año pequeños braseritos para incienso y plantas aromáticas. Para alumbrarse, velas de cera, candelabros o candiles.

 

La familia

Poder absoluto del padre que podía tener hasta cuatro esposas «oficiales» y los grandes señores, concubinas, pero en la práctica era muy escasa la poligamia por el costo que suponía.

En las bodas se fijaba la dote que el novio daría a la novia que, por su parte, aportaba ropas, enseres, tapices y otros para el hogar. Firmado el contrato se fijaba la fecha de la boda, consultando antes a un astrólogo que aconsejaba la más propicia. La fiesta comenzaba en casa de la novia, seguía en la del novio y concluía en el nuevo hogar. Ya casada, la mujer no podía enseñar el rostro más que al marido, quedando sometida por completo a su autoridad. Los días de baños se reunían las amigas para charlar y jugar; los viernes acudían a la mezquita y luego a los cementerios, lugar de citas por cierto para las viudas. La influencia de la mujer cristiana, que convivía en las madinas, hizo que poco a poco la mujer musulmana alcanzara logros: mujeres escritoras, poetisas, que no dudaban en denunciar al marido en caso de que la tratara mal y solicitando el divorcio que se concedía si los jueces comprobaban que los hechos eran ciertos.

Las mujeres se adornaban con joyas, bisutería y tras los baños, amplia gama de perfumes densos y dulces como el almizcle, el ámbar negro o los aceites perfumados.

 

Los niños

Cuatro era el número normal de hijos en una familia. La circuncisión se efectuaba al mismo tiempo para un grupo de niños, en medio de una fiesta a la que se invitaban a niños pobres. En la escuela, los niños aprendían a leer y escribir; cálculo y gramática, impartidos por maestros que a veces cobraban un salario o lo cambiaban por la manutención…

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