Los libros sacramentales constituyen en la Edad Moderna una fuente de información inestimable para la demografía histórica al anotar los bautismos, matrimonios y defunciones acontecidos entre los habitantes de una parroquia. No obstante, esta documentación eclesiástica sorprende a veces al investigador cuando el cura excede su mera tarea de «notario» e incluye datos vinculados a la realidad más inmediata vivida por los feligreses y, por extensión, de la población inscrita entre sus hojas. Los libros sacramentales constituyen en la Edad Moderna una fuente de información inestimable para la demografía histórica al anotar los bautismos, matrimonios y defunciones acontecidos entre los habitantes de una parroquia.
No obstante, esta documentación eclesiástica sorprende a veces al investigador cuando el cura excede su mera tarea de «notario» e incluye datos vinculados a la realidad más inmediata vivida por los feligreses y, por extensión, de la población inscrita entre sus hojas.Éste es el notable caso de los Libros de Matrícula de habitantes para el cumplimiento Pascual de la parroquia de San Juan de Antequera.
Entre los años 1649 y 1700, los sucesivos párrocos incorporan al final de cada año—además del cumplimiento sacramental de sus feligreses—, pequeñas anotaciones sobre los precios de los alimentos básicos para la subsistencia o narraciones más extensas donde se explican los efectos provocados por los contagios de peste en la ciudad, las inundaciones, las sequías o las celebraciones y procesiones de las imágenes sagradas más veneradas por los antequeranos.
Entre los años 1649 y 1700, los sucesivos párrocos incorporan al final de cada año—además del cumplimiento sacramental de sus feligreses—, pequeñas anotaciones sobre los precios de los alimentos básicos para la subsistencia o narraciones más extensas donde se explican los efectos provocados por los contagios de peste en la ciudad, las inundaciones, las sequías o las celebraciones y procesiones de las imágenes sagradas más veneradas por los antequeranos.
Precisamente, uno de los incidentes mejor documentados por el párroco de la iglesia antequerana de San Juan fue la terrible sequía experimentada en la primavera de 1668 en toda Andalucía, ofreciendo con detalle las fechas de las providenciales lluvias y la intensidad de las mismas (1). La profusión de los datos aportados por el sacerdote se debe a que el Cristo de la Salud, a quien se le atribuye el milagro del agua, era venerado en el mismo templo de San Juan.
Esta conmovedora talla de Jesús crucificado, obtuvo el título de «Señor de las Aguas», además de engrosar la lista de patronos de la ciudad por la misericordia demostrada con sus vecinos. Si la fecha de construcción de la parroquia de San Juan es incierta más lo es la de su imagen más preciada, la del Cristo de la Salud y de las Aguas, aunque con toda seguridad data del primer tercio del siglo XVII.
El erudito José María Fernández es el primero en conjeturar su procedencia de un taller sevillano, aunque la autoría sigue siendo una incógnita. Los estudios más recientes de Jesús Romero Benítez apuestan por desechar la clásica teoría atribucionista de la inequívoca procedencia sevillana y granadina de las piezas artísticas conservadas en Antequera, desde finales del siglo XVI y comienzos de la siguiente centuria, apostando por una autoría adscrita al círculo de artistas asentados en la propia ciudad antequerana.
Concretamente, la hipótesis de Romero Benítez se centra en José Hernández, un escultor y pintor con taller en Antequera artífice del Cristo Crucificado de la Paz, conservado actualmente en la iglesia del Carmen. Las similitudes formales son evidentes, aunque la ausencia, hasta el momento, de testimonios documentales impiden confirmar más de lo que hasta ahora sabemos: el anonimato del imaginero que talló esta bella obra.
La gran sequía de 1668
Todo comenzó en los inicios del mes de abril de 1668, donde la sequedad provocó una extrema esterilidad en los campos y con ella sobrevino la hambruna. Las procesiones parecían no causar efecto y las altas temperaturas obligaron a mudar los actos públicos y los alborotos diurnos por actos penitenciales nocturnos en silencio y recogimiento, obteniendo del cielo sólo fuertes aires, al menos hasta finales de dicho mes.
Así lo relata el párroco de San Juan: “Este año de 1668 desde su principio llovió muy poco, con que en el mes de abril hubo grande esterilidad, de que los campos estaban muy aflijidos, de tal suerte que los fieles no sabían qué hacer y acudieron a su creador a pedir socorro, de tal suerte que empezaron las religiones a hacer sus novenarios. Empezaron los religiosos terceros a pedir socorro a su imagen con muchos repiques, muchos cortexos, mucho alboroto, de tal suerte que pedían agua y Dios los abrasaba con sol, tanto que les obligó a hacer proçesiones de noche con mucho silencio y penitencias de regulares y seglares. Mas el cielo, tiesso que tiesso, con muchos fuertes ayres”.
Llovió al fin el sábado 28 de abril de 1668
Por fortuna, tras celebrarse el novenario al Cristo de la Salud, concretamente el sábado 28 de abril de 1668, el agua cayó del cielo de forma providencial, hasta el punto de parecer abril un mes de noviembre:“Con esto, el día 23 de abril, la parroquia de San Juan hizo su novenario a el Cristo Crucificado de la Salud que estaba en lo alto del retablo, diçiéndole muchas misas cantadas con sus rogativas y a la oración lo mismo y misereres con la música de la Yglesia Mayor con mucho silencio, devoción y humildad, sin repicar, ni echar coxetes. Y a un mismo tiempo la Collegial haçía novenario a Nuestra Señora de la Esperanza, aviendo precedido procesiones de los Capuchinos y religiosos del Hospital de San Juan de Dios. Y otras muchas particulares, cada uno por sí, haciendo su negocio y de el de todo el pueblo cristiano. Fue Dios servido que tantos ruegos, clamores de grandes y chicos pidiendo a su divina Majestad misericordia, el día 28, sábado de abril, se desataron las cataratas del cielo, de manera que pareció abril un noviembre riguroso de aguas pacíficas […] con que el llanto se volvió en gracias a Dios, a quien se lo deben y agradecen para siempre jamás”.
Procesión hasta el Cerro de la Vera Cruz
No obstante fue el 9 de mayo, la víspera de la salida procesional de la imagen del Cristo de la Salud, cuando se desató una gran tormenta de rayos y granizo, continuando las precipitaciones de forma moderada tras el desfile, dando por terminado el estiaje y el sufrimiento de los vecinos. El destino de la populosa comitiva fue el ya mencionado y emblemático Cerro de la Vera Cruz –paraje señalado para las estaciones de penitencia de las cofradías locales por su semejanza con el Monte Calvario, lugar de la crucifixión de Jesús–, para luego entrar en todas las iglesias de los monasterios de Antequera donde se rezó con cánticos y alabanzas.
La descripción de los hechos la realiza el sacerdote en los siguientes términos: “En esta parroquia de San Juan Bautista, como está dicho, estaba el Santo Cristo de la Salud colocado y puesto en el retablo en lo alto y por la esterilidad referida se baxó y se adornó el altar con todo cyudado, donde estuvo nueve días; y de ellos los dos ubo sermón de predicadores de satisfacción. Y aviendo de salir en procesión por las calles el día primero de mayo no salió porque el cabildo eclesiástico y el vicario no lo permitió hasta aver salido primeramente la procesión general con Nuestra Señora de la Esperanza y se dilató a el día de la Ascensión. Y hecho esto se colocó y puso en la capilla de don Alonso Casasola con mucho adorno como se verá. Y todo este cuidado se debe a Juan de Peralta Jaramillo, mayordomo del Santísimo Sacramento […]
Y como se a dicho que la procesión del Santo Cristo se dilató a el día de la Concepción, fue el 10 de mayo. Se hizo con mucha ostentación de cera, música y devoción de toda la república cristiana, donde concurrió toda la ciudad. Y subió dicha procesión a el cerro de la Vera Cruz y entró en todos los monasterios de religiosos que ay en esta ciudad, diciendo motetes y alavanças a el Santo Cristo. Y es de advertir que la víspera de la Acensión, como a las seis de la tarde, llovió muy bien, aunque hubo primero mucho granizo, relámpagos y truenos”.
El patronazgo de imágenes sagradas se confirma a través de los prodigios y milagros atribuidos a las mismas en tiempos de extrema necesidad. El Cristo de la Salud y de las Aguas lo hará a tenor de las lluvias coincidentes con los actos de plegaria que en su honor celebraron los antequeranos ante la eszasez de lluvias de 1668. Muchos patronos y patronas de la ciudad de Antequera cayeron en el olvido a lo largo de los siglos, sin embargo, el fevor al Señor de la Salud y de las Aguas permanece y se renueva cada mes de mayo en nuestra ciudad.(1). Archivo Histórico Municipal de Antequera. Fondo Parroquial. Libro de Matrícula de la Parroquia de San Juan, n.º 189.