Los fisioterapeutas siempre hemos estado comprometidos con proporcionar las mejores atenciones a nuestros pacientes aunque sólo fuese por razones de ética profesional. Pero, en esta ocasión, me atrevo a lanzar unos interrogantes tanto para los profesionales del colectivo como para las personas usuarias de la Fisioterapia… ¿Nos hemos planteado en algún momento del ejercicio profesional la calidad de nuestras atenciones…? ¿Son realmente efectivas…? Mientras más aparatos eléctricos y mecánicos tiene la consulta, ¿ mejor curamos al paciente…? ¿Podemos seguir realizando técnicas obsoletas cuando las investigaciones están desbancando su uso…? ¿Podemos hacer oídos sordos a los nuevos avances porque me es más cómodo seguir con lo que estaba haciendo…?
Si bien son interrogantes a los que debería responder un fisioterapeuta en activo, el paciente debería considerarlos igualmente en la medida que de él depende la elección del profesional al que encomienda la resolución de un determinado problema de salud.
Tradicionalmente la práctica clínica de la Fisioterapia se ha basado en la opinión generada a partir de la experiencia clínica de nuestros profesores, antecesores, antiguos compañeros…; la investigación básica y, en menor medida, de la investigación clínica. Aparentemente, la práctica basada en pruebas o evidencias no es nueva para los fisioterapeutas, ya que de una forma u otra casi siempre hemos basado nuestras decisiones en los conocimientos disponibles.
La práctica de la Fisioterapia basada en la evidencia no intenta remplazar el rol de la experiencia clínica ni la consideración de las preferencias de los pacientes, lo que trata es que la información de las mejores evidencias científicas disponibles esté presente en la relación fisioterapeuta-paciente. Ambas, experiencia y preferencias, son necesarias e incluso pueden prevalecer ante determinadas decisiones. El problema puede suceder, sin embargo, cuando sin conocimiento de la evidencia –o también con un conocimiento poco crítico de la misma– se toman decisiones a partir de una experiencia falaz o poco reflexionada.
La experiencia clínica y el desarrollo del instinto clínico –me atrevería a decir que en esta parte reside el componente de “arte” de nuestra profesión–, son cruciales y necesarias para ser competente, pero no suficientes.
Experiencia clínica e instinto, unido al entendimiento de ciertos principios, métodos y reglas de comprobación científica se hace necesario en nuestros días para interpretar correctamente la información y la literatura científica y, en función a ello, poder elegir con “conciencia” la estrategia de tratamiento más eficaz en cada caso.
Con esto no quiero decir que sea fácil, todo lo contrario…pero sí que es posible. Sólo depende de la dosis de vocación profesional y motivación de cada uno así como de las ganas de “hacer arte con nuestras manos”. Sólo puedo hablar por mí: ¡PASIÓN POR ESTE ARTE!