Cuando alguien se nos va, nos acordamos de los últimos momentos con él. A mí me pasó todo lo contrario este miércoles 20 de noviembre. No se me olvidará cuando en 1996 iba con mi familia a mi graduación en Periodismo a Málaga en el taxi de “Manolo Podadera”, que era el coche de la familia, como a tantas otras habrá llevado en su vida. Porque hasta hace poco, el coche no estaba en todos los hogares.
Iba sentado en el asiento de copiloto y me llamó la atención dos fotos que tenía en el salpicadero: un inocente niño y una bella joven. Él era siempre muy callado, estaba atento a la carretera, pero percibí cómo los miraba, con una conexión que sólo los abuelos y padres tienen. Ése es mi primer recuerdo de él. Estoy seguro que en muchas familias, habrá esos momentos en los que él, Manolo, les acompañó a llevarles a hospitales, trabajos, viajes, bodas, entierros o cualquier momento. Cada familia tuvo un taxista, el nuestro era él, Manolo.
Uno de los miedos de esta profesión es tener que escribir letras de luto y más cuando no sólo los conoces, sino cuando les amas, aprecias y sientes como parte de tu vida. Quién me iba a decir que años después, él sería el padre de mi mujer, el abuelo de mis hijos, el amigo de mi padre (no olvidaré lo rápido que viniste al Hospital cuando esperábamos la partida de él y ese abrazo que me regalaste).
Manuel Sánchez Podadera nació en Málaga en 1936. Luego se fue al pueblecillo y a Casabermeja, donde tiene una gran familia. De ahí vino a Antequera y conoció a Meli, Carmen del Río Rodríguez, la hija de Mena el zapatero de calle Estrella. Se casaron y tuvieron cinco hijos: Ana Dolores, Juan Antonio (+), Carmen María, Manuel Jesús y Lorena. Taxista de carretera, en aquellos años sin móviles y en los que un día se iba de viaje y no sabía cuándo regresaría a casa (la de anécdotas que nos compartió), dejando en casa a su mujer y sus hijos.
Con ella, vivió esa época del hogar de los Sánchez-Del Río con sus viajes, momentos inolvidables del álbum familiar y no tan buenos, como perder a un hijo y a un nieto. Fueron ellos, sus nietos los que le alegraron su última etapa de la vida. ¡Lo que disfrutó viendo el último Madrid-Barca con sus nietos… aunque perdiera su equipo!
Manolo fue un hombre bueno, y un buen hombre, callado, no dio un ruido por no molestar en sus 88 años. Descansó una mañana donde el cielo bajó por él en forma de niebla, le habían llamado sus hermanos, sus padres, su hijo, su nieto, sus compañeros de profesión, sus amigos… porque echaban de menos sus viajes en el “número uno” de los taxistas de la Calzada (aunque fuera el “tres”, fue un “número uno”).
Te toca viajar sin parar, sin tener que preocuparte ya de tus dolores y años, porque vives ya la eternidad. Sigue cuidándonos y vuelve a tus viajes diarios. Ahora con ese escapulario y estampa que te llevaste como pasaporte al Cielo.
Gracias por dejarnos el recuerdo de lo grande que puedes ser sin estar en primera fila, simplemente siendo la guía de los sentimientos y vivencias de una familia en el viaje de la vida. Toda historia tiene un guía y “Manolo Podadera”, “Manolo el taxista”, fue el de muchas familias como la mía.