Este sábado 14 de mayo, amanecíamos con la triste noticia de la pérdida de doña Carmen Borrego Tenor, esposa que fue del añorado y querido don Antonio Casaus Molina, madre de Antonio Manuel, Yolanda, Nuria, Blanca y Manuel Jesús.
Dicen que una madre es lo más grande que tenemos, aunque decimos que son los hijos. Quizá cuando los hijos son padres y los abuelos se hacen mayores o se nos van, es cuando nos damos cuenta de lo grande que son los padres.
En el mes de mayo ha sido, tras el día 13, cómo no, tras el de la aparición de la Virgen, el día en el que ella, tras rezarle a María, pidió al Sagrado Corazón de Jesús irse con su marido.
Y lo hace orgullosa de sus hijos, quienes tras crecer, casarse y darle el regalo de sus nietos, han estado siempre al lado de ella. Una mujer que no se quejó nunca. Una madre que lo dio todo por los suyos y por los que conocía.
Sufrió con la pérdida de su marido, padeció sus dolencias y el paso de los años, pero nunca lo tenía presente, porque ver cada día a sus hijos, a sus nietos, era para ella más importante que el aire que respiraba, que el aliento que precisaba para seguir viviendo.
Como quienes nacieron en su época, supo lo que fue vivir y crecer en esos complicados tiempos, pero nunca le importó. Tener a su marido y formar una familia, era su ilusión y pasión por vivir.
No pedía nada, sólo que sus hijos fueran felices, que buscaran su vida, sus sueños, con trabajo, esfuerzo, estudios… pero con amor, con otra persona con la que formar una familia, sumando cinco hijos más con sus yernos y nueras.
Y se le iban casando, y se quedó sola, pero ahí tenía como siempre su fe, y el amor de sus hijos. Devota de la Virgen del Carmen, del Señor del Rescate, de Santa Eufemia… pero en su casa, no faltaba ese Sagrado Corazón de Jesús, en el que confió siempre, al que pedía por los suyos, los de sangre y los que le rodeaban.
Hace unas semanas, sus hijos notaban que algo le pasaba, hasta que tuvieron que ingresarla en el Hospital. Como en sus 90 años, no pidió nada para ella, afrontaba su empeoramiento, pero sentir cerca a sus hijos, era todo para ella. Fue una energía constante, su mejor medicina, su fortaleza, sus ganas de vivir.
Como una vela, fue apagándose poco a poco, lentamente, como la vida misma. La mano de sus hijos, el escucharles, el verles, el saber que estaban con ella, le hacía avivar la llama, hasta que se disipó y se fue llamada por el Señor.
Dicen que madre nada más que hay una, pues los Casaus-Borrego así lo perciben, como ocurre en los hogares donde ellas, las madres, lo dan todo, todo, hasta la vida por sus hijos. Por eso dicen también que no hay mayor dolor que cuando una madre pierde a un hijo.
Seguramente, nada más entrar al Cielo, antes de entrar a la fiesta que le habrá preparado su marido, ella preguntó a San Pedro, cómo estaban sus hijos. Sus hijos, siempre sus hijos, el amor de su vida, la pasión por vivir hasta que el cuerpo no pudo más.
Ahora quedan solos, físicamente, pero siempre habrá un recuerdo de ella, que al verlo, recuerde a Antonio, Yolanda, Nuria, Blanca y Manolo, que en el mundo, en la vida, hacen falta vocaciones de matrimonios, de familias, de hijos, de padres, que tengan fe intensa en el amor.
Que ellos mantengan viva la llama de la familia Casaus-Borrego para que Antonio y Cristina, Nacho y Nuria, Alejandra, Antonio José y Gonzalo; sepan lo que es el amor de una madre, la madre, tu madre, la persona que nos da la vida, que se entrega en vida por los demás, pero sobre todo por los hijos, sus hijos, los hijos de la madre, de la madre de los Casaus-Borrego.
Descanse en paz, que su recuerdo quede presente en el amor de sus hijos, de sus nietos, de sus amigos y de todos los que tuvimos la suerte de conocerla, de apreciarla, de sentir su cariño.
Y, como nos diría, «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío». Que el Señor nos siga bendiciendo con madres y mujeres como ella. Descansa en paz con el amor perpetuo de tu familia.