Antes de que haya amanecido, un buen hombre, Antonio Alba López, se habrá levantado como cada mañana. Pero algo distinto pasa porque no encuentra a su mujer, su Encarna. No recibe la llamada de sus hijos para contarle cómo van los nietos, los que están y los que están a punto de llegar. Sale a la calle y no paran de abrazarle. Entre sus recuerdos afloran los de toda la vida: sus padres, sus amigos, sus clientes de tantos años del Bar Horóscopo… Se muestra feliz porque vuelve a sentir lo que vivió de sol a sol tras la barra de un bar. Pero no encuentra a su mujer ni a sus hijos. Algo ha pasado.
Al anochecer, llega a la Cruz Blanca. Allí, al fondo, un hombre con túnica morada le muestra un camino que conduce a la Trinidad. Llega a él y se asoma y es cuando percibe lo que ha ocurrido. Es cuando llora por primera vez. Asume lo que le ha pasado. Pero no protesta y se pone a trabajar como siempre lo hizo cada día, pero esta vez para ayudar a su Señor, el que salió en su rescate, al que le pide de cerca que vele por los suyos. Ahora, su esposa Encarna Morales, lo seguirá sintiendo de nuevo en sus hijos, en sus gestos, sus palabras, sus formas de ser… Y ellos, Juan Jesús, Alberto, Miguel Ángel y Antonio, lo sentirán siempre que vean en sus hijos algún gesto del abuelo. Y cómo no, al llevar sobre sus hombros a su Señor como siempre hacen por él. Que su adiós sea esperanza de buenos momentos por venir para seguir viviendo en familia. ¡Hasta el próximo recuerdo, don Antonio!