El pasado 12 de septiembre recibíamos la triste noticia del fallecimiento de doña Rosario Vergara Palomino, viuda que fue del añorado don Ramón Mantilla de los Ríos Rame. Ambos forman parte del recuerdo de la segunda mitad del siglo XX en nuestra ciudad, de familia de agricultores, se unió a otra de juristas. Luego sus hijos continuaron su legado. Doña Rosario supo ser y fue ejemplo de una persona entregada a todos, reivindicando el papel de la mujer antes que se consiguieran los pasos actuales de igualdad. Siempre atenta, se preocupaba por la vida de todos y preguntaba por las familias de cada persona que se acercaba o encontraba.
Rosario creció estudiando en el Colegio de La Victoria, donde bajo la enseñanza de Sor María Covadonga, empezó a aprender a pintar, arte que descubrió y desarrolló. Hasta tal punto que montó exposiciones entre Málaga y Antequera, la última en el Ayuntamiento hace pocos años. En ellas mostró su mirada hacia paisajes antequeranos como la Peña de los Enamorados, retratos y bodegones.
Tras casarse y ser madre, siguió apostando por iniciativas como la de ser agricultora, convirtiendo tierras de secano en regadío. La escritura también fue una virtud propia. Compartió, primero con sus hijos, y luego con sus nietos, “Los Cuentos de mi abuela”. Una selección de lo que les contaron de niña que ella quiso mantener no sólo narrándolos, sino también recogiéndolos en un libro. Ahí quedan las historias de “Amalia y la Bruja Piruja”, “Juan sin ventura” o el “Palacio Encantado”.
Vecina de la calle Santísima Trinidad, era de caminar cada día hasta la Verónica para rezarle al Señor, y de misa diaria en los Remedios donde tenía especial veneración a la beata Marina Alonso. En vida decía a su familia y amigos: “Nos os peleéis y no tengáis rencor”. Un consejo con el que la vida nos iría mucho mejor.
Desde aquí, nuestro pesar a sus hijos: José Ramón, Carola, Fátima, Andrés, Lourdes y Milagros; hijos políticos, nietos, hermanos, hermano político, sobrinos y demás familia. Su recuerdo quedará presente en cada rincón de su casa, en cada gesto que mantenga viva la llama de su vida. Quienes la conocimos, nos quedamos con un ejemplo de una buena madre y gran mujer que fue. Siempre te miraba sonriente y tenía una buena palabra que darte.