Cuando ves el nombre de Gabriel escrito en una esquela piensas: no me suena, seguramente era alguien más de los muchos desconocidos con los que quizás haya cruzado mirada, una persona más que nos deja, un anónimo.
Pero Gabriel era tan solo su nombre porque la persona, era Lelillo. Memorable entre aquellos que sí le conocieron. Era un ser imperfecto con una bondad perfecta. Un héroe de familia, marido, padre, abuelo, y de la que siempre presumía con orgullo. Algunos le recordarán por una persiana que les arregló, otros por una caricatura que les enseñó o por ese caminar ligero que le llevaba de aquí para allá, pero sí, siempre será recordado.
A pesar de esa enfermedad que escondió desde su profundo silencio y que sufría con cada soplo de aire que le recorría, no se alejó de seguir disfrutando de sus nietos, de dar ejemplo de lucha interior, fortaleza, lealtad, sacrificio y protección.
La soledad de su ausencia será una larga sombra que nos hará creer que los días soleados parezcan nublados, pero será esa misma sombra donde nos cobijaremos cuando más le sigamos necesitando, cuando más nos haga sudar la vida. Lelillo, tu ausencia nos acompañará siempre, pero tu presencia en nosotros será eterna.