Mensaje de las lecturas
· Primera lectura: Éxodo 22, 20-26.
· Salmo responsorial: Salmo 17. Yo te amo, Señor; Tú eres mi fortaleza.
· Segunda lectura: 1ª Tesalonicenses 1, 5c-10.
· Evangelio: Mateo 22, 34-40.
Los Mandamientos
En muchas de las casas antiguas de nuestra ciudad o de los pueblos cercanos, nos encontrábamos con cantidad de cuadros o imágenes, que poblaban sus paredes. Estas láminas, de contenido religioso o con estampas costumbristas, eran muy apreciadas por las personas que vivían allí, por nuestras abuelas, o por nuestras “titas”, por esas mujeres que veían en ellas reflejada su propia vida, sus devociones, gran parte de la historia que les había tocado vivir.
Pero como ocurre con la vida misma, esto no era para siempre: cuando faltaban esas personas muchas de estas estampas, en lugar de seguir en la familia, terminaban en manos de algún anticuario, o lo que es peor, en algún contenedor con los escombros de las antiguas casas, cuando estas se derribaban para ser sustituidas por nuevas y funcionales viviendas. ¿Por qué comienzo así hoy mi reflexión? Porque para muchos de nosotros, para los cristianos del siglo XXI, cuando se nos habla de los Mandamientos, nos suena a esas “estampas de la abuela”, a algo antiguo, más o menos hermoso, pero que no tiene nada que ver con nuestra vida, con nuestro diario actuar. Pero ¿podemos decir que es así?
Ni mucho menos. Muchas veces pasamos por alto que son en realidad esos mandamientos, donde nacen, y lo que eran para nuestros padres de la fe, para el pueblo de Israel. En la historia del pueblo elegido por Dios, hay un acontecimiento que supone la fundación de ese pueblo: el Éxodo de Egipto. Dios, que los había escogido, escucha el clamor de su pueblo en su sufrimiento, y “con mano poderosa” los hace salir de aquella tierra donde eran esclavos bajo la tiranía del faraón.
Para que su pueblo guardara memoria de ese amor de Dios, nace en el monte Sinaí el pacto de su Ley, los Diez Mandamientos, la antigua alianza. Es aquello que Israel tendrá que guardar, para mantener ese pacto nacido del amor de Dios. Pero como nos ocurre a nosotros, va pasando el tiempo, y se nos va olvidando esa realidad, y termina por convertirse en una carga. Pues nada más y nada menos que darnos su vida plena, su salvación. Cuando nadie parece apostar por la Humanidad, Dios se pone al frente, y lo hace de una manera radical: enviando a su propio hijo para que lleve a plenitud su obra de salvación. Ante esta realidad de la Ley nos parece que Jesús lo olvida o no le da importancia. Nada más lejos de la realidad, porque la lleva a plenitud y hace suya.
Incluso en una respuesta como la de hoy. Le preguntan por el mandamiento más importante. Y él, en clave de amor nos lo resume de esta bella manera: La vida cristiana es primero y ante todo, amar a nuestro Dios con todas nuestras fuerzas, con todas nuestras capacidades, con todo nuestro amor. Pero ese amor se hace vida en el hermano, en quien nos jugamos la verdad de nuestro amor a Dios. Como ya indicaba san Juan, en su primera carta, no se nos puede llenar la boca diciendo que amamos a Dios, a quien no vemos, sino lo hacemos con el hermano que tenemos delante. Eso “sostiene la Ley entera y los Profetas” dice Jesús; o es lo que puede dar plenitud a nuestra vida cristiana, diríamos con nuestros términos de hoy.
Aceptemos esta invitación del Maestro. Si lo hacemos, estaremos cumpliendo esos Mandamientos de la Ley de Dios de los que hablábamos antes. Y no como una pesada carga que se nos impone desde fuera, sino como un bello fruto del amor de Dios en nuestra vida. Ojalá lo podamos vivir así, ojalá caminemos por esa senda que nos sigue acercando más a Dios y a nuestros hermanos.
Feliz y santo domingo para todos.
padre Juan Manuel Ortiz Palomo