No sé qué sucederá con pactos, no pactos, im-pactos. Estoy expectante. Los políticos son una amalgama extraña, que no parecen estar, pero están y cobran mucho. He salido de casa camino del taller de escritura que imparto. Esta mañana no tenía naranjas para hacerme mi mega grande ‘orange-juice’, así que he encontrado peras y me he licuado unas pocas junto con una fresa olvidada en el cajón de abajo de la nevera, un poco pocha estaba la pobre.
Tengo un sabor raro en la boca y eso que me he lavado pulcramente los dientes y luego he hecho gárgaras con Betadine, el bucofaríngeo, no se me asusten, además me lo recomendó mi médico. Subo por primera vez al metro. Uno de los pasajeros iba leyendo, yo repasaba, mentalmente, la poesía que voy a cantar para demostrarle a los asistentes al curso, que los versos son dúctiles y maleables y también cantables.
Llego y compruebo que el micrófono no funciona. Pues vaya, la voz no la tengo muy allá, pero no renuncio a mis propósitos con facilidad, así que llegado el momento canto a capela y sin amplificador. Me aplauden. ¡Qué generosos! Me piden un bis y yo les prometo que el próximo día cantaré otra. ¡Tengo yo valor!
Al finalizar, uno de mis oidores al taller se me acerca mientras recojo mis papeles, y me pregunta si he dado clases de canto. ¡No! Y me aguanto la risa. Salgo de la biblioteca pensando que la voz la tengo perfecta. Me pican los ojos y me concentro en ellos. Van a ser las lentillas. Estornudo. Ya está. ¡Lo tengo! Alergia primaveral, que es un amplio diagnóstico.
Cuando llego a casa coincido en la entrada con mi hija. “Tienes los ojos rojos mamá”. Será la alergia. ¿Qué alergia? Mamá, tú no tienes alergia. Pues serán las lentillas. Y me voy canturreando pasillo arriba.
