La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de que hay días que comienzan antes en el corazón que en el reloj de nuestra muñeca. Cuando estamos ilusionados esperando algo, parece que no pasan las horas. Algo parecido ocurre cuando nuestra vida está llena de dolor, y queremos dejar atrás ese sufrimiento que nos acecha de cualquier manera.
Así se encontraba María Magdalena la mañana de aquel primer día de la semana. Habían quedado muchas cosas pendientes la tarde del viernes, a la muerte del Maestro. La noche se echaba encima, y hubo que aligerar mucho para poder dejar su cuerpo en el sepulcro. Y por eso, no hubo ni tiempo de poder prepararlo, para que por fin descansara en paz tras el sufrimiento de la Pasión.
Ella tenía tanta necesidad en su corazón de seguir agradeciéndole a aquel hombre único todo el bien que le había hecho, que no pudo esperar a que el canto del gallo rompiera el alba. Era de noche aún cuando puso rumbo al sepulcro donde lo habían dejado. Lo único que podía hacer era tomar los aromas para ungir el cuerpo muerto de su amado Jesús, según los judíos solían enterrar a sus seres queridos.
Pero aquel sepulcro no solo tenía dentro el cuerpo muerto de un hombre joven, sino todas las luchas y esperanzas que él había defendido en su vida. Habían sido muchos días con Él y sus discípulos. María había sido testigo de muchos de sus milagros, de cómo había puesto el amor de Dios en la vida de muchas personas. Y en su propia existencia.
En esto estaban sus pensamientos, cuando llegó al sitio en sollozos y suspiros por el dolor que embargaba su corazón. Pero a Magdalena aún le quedaba una sorpresa mayor. Recordaba que los hombres habían puesto una gran piedra para cerrar la tumba. Pero esa piedra estaba retirada cuando llegó allí.
Aunque la gran sorpresa estaba dentro: el sepulcro estaba vacío. Magdalena no lo entendía. ¿Qué había pasado? ¿Quién se había llevado el cuerpo? ¿Ni después de muerto lo iban a dejar tranquilo? Y entonces, llena de impotencia, rompió a llorar.
El desconsuelo la sacó de sus casillas. Así estaba sentada en un poyo del huerto, hasta que se le acercó un hombre ante el gran escándalo. Ella pensó que era quien cuidaba de aquel huerto, y ella le preguntó si él se había llevado el cuerpo. Entonces ocurrió algo que terminó de cambiar la vida de Magdalena para siempre: volver a escuchar su nombre de los labios de su “Rabboni”, de su Maestro, la sacó de su dolor y de su desconsuelo, la devolvió a la realidad de vida y esperanza que estaba viviendo desde que lo conoció y decidió acompañarlo.
María, soy yo. No estoy muerto. La muerte no puede encerrar la Vida. Porque el Amor es siempre más fuerte que el dolor, por mucho que a veces pueda parecernos otra cosa. Muchas veces lo había escuchado de labios de Jesús: que resucitaría al tercer día. Pero hasta que volvió a escuchar ese “María” no lo había entendido.
Y el largo camino de dolor al sepulcro se convirtió en un correr apresurado para ir a decírselo al resto de los discípulos. El amor volvió a tener premio. Fue la puerta de entrada de la Buena noticia en la vida de la Iglesia. María Magdalena fue la “apóstol” de los apóstoles. Hagamos como ella, y tras encontrarnos con el Resucitado, proclamémoslo a los cuatro vientos: el Señor vive, Cristo es nuestra vida. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
Horario de Misas del Domingo de Resurrección
· 08,30 horas: Las Catalinas.
· 09,00 horas: La Encarnación.
· 10,00 horas: La Trinidad.
· 10,30 horas: San Juan de Dios, Santo Domingo y Colonia de Santa Ana.
· 11,00 horas: Santa Eufemia.
· 12,00 horas: San Sebastián, La Trinidad, San Juan, San Pedro, El Salvador y Cañada de Pareja.
· 13,00 horas: Las Descalzas, Capuchinos y Los Remedios.
· 19,00 horas: San Sebastián, La Trinidad y Cartaojal.
· 20,00 horas: Capuchinos y Los Remedios.
· 20,30 horas: Jesús.