· Primera lectura: Ez., 36, 7-9: “… te he puesto de atalaya”.
· Salmo responsorial: Salmo 94, 1-2, 6-7, 8-9. “Ojalá escuchéis hoy mi voz…”
· Segunda lectura: Rom. 13, 8-10: “… amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
· Evangelio: Mt 18, 15-20: “… donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy Yo…”
El abuso de la palabra salvación pulula actualmente en algunos programas de la TV; y además aparece en muchas películas. ¿Pero en qué consiste la auténtica salvación? ¿Qué realidad esconde en su seno? ¿Cómo sentirse salvado? ¡De una forma u otra, la humanidad entera anhela, clama, suspira por la búsqueda de sentido, por un escenario humano que colme su ansias de libertad, de verdad, y de felicidad plena; clama por la desaparición de las guerras, el terrorismo, la violencia, el odio, la barbarie, la venganza, la enfermedad, el hambre…
Frente a esta dramática realidad desea ardientemente la paz, la tranquilidad, la seguridad, el bienestar. Anhela racionalidad, sentido común, humanidad, cariño, ternura, fraternidad, solidaridad, amor. ¿Qué camino, clave, o medicina mágica nos conducirá a este ideal que transforme en radiante realidad ese imaginario horizonte?
Como cristianos, y a la luz de las reflexiones que nos ofrecen las lecturas de este domingo, podemos aprovechar para situarnos en la senda que ellas nos marcan; ya la respuesta del salmo responsorial no sugiere intentar vivir algo profundo: ¡ojalá escuchéis hoy su voz! ¿La voz de quién?
La voz de Dios, verbalizada en su palabra. Si escuchamos su palabra, es decir, si la interiorizamos y la hacemos nuestra, llegaremos a la lucidez evangélica de entender que escuchándola poseeremos un corazón blando, dispuesto a la conversión, abierto a horizontes absolutamente nuevos que transformen nuestra existencia en la honda del amor: amor a Dios y al otro, diferente a mí, aunque viva lejos de mí, aunque sea de otra raza, de otra lengua, de otra religión, de diferente pensamiento, de aspecto opuesto, de clase social distinta.
Esta actitud vital se completa con el mensaje que ofrece el Evangelio: El que escucha su voz, y se reúne en su nombre, allí, en medio, se encuentra Jesús, es decir, posibilita a quien así actúa para vivir en consonancia con los valores evangélicos, en coherencia con la figura del crucificado, resucitado al tercer día, para estar dispuesto a jugarse la vida por Dios y por el hombre.
Desde el camino trazado por el nazareno es posible entender la trascendencia profunda de un amor divino, que invita diaria e insistentemente en la Eucaristía a nutrirnos de su ser, para tener fuerzas, para ser sus testigos, para amar incondicionalmente, para revestirnos de entrañas de misericordia, de cercanía y de solidaridad, dispuestos siempre al perdón, incluso del enemigo.
Y todo ello, realizado como algo natural que surge de lo más profundo de nuestra fibra cristiana, sin cobardías, sin complejos; con atrevimiento, valentía, constancia y fortaleza. Tal vez si dejamos poseernos por este estilo de vida, y aplicamos a la misma esta medicina eficaz, encontraremos el camino de la auténtica salvación: la de Dios; pues Él es sentido pleno y la respuesta total a todos nuestros interrogantes existenciales; la auténtica salvación.
padre trinitario DOMINGO REYES