En su conferencia del otro día en el MAD, Antonio Alcaide manifestó su fascinación por la belleza de los mecanismos profundos de la materia viva. La investigación bioquímica sin fines prácticos –dijo– no sólo ensancha el conocimiento para potenciales hallazgos (ibuprofeno, en su caso), sino que pone la mosca en la oreja, y más de uno acabará pensando: “Algo” tiene que haber…porque si no, esta maravilla no se explica.
Sigue siendo verdad aquello que decía Aristóteles que del asombro sale el pensamiento. Pero, al incluir como pensamiento el de ese “algo” (Alguien) divino, nos salimos del método científico…; y nos darán la tabarra de que el Progreso sólo llegará cuando no quede más dogma que el de la Ciencia; todo otro enunciado, filosófico o religioso, habrá de ser depurado. A esto llaman “desencantamiento” del mundo; y ya van dos siglos. O lo tomas, o lo dejas; claro está.
Pero, leer las últimas páginas del Fedón de Platón (está en Google), vacuna contra la beatería cientifista: Allí se dicen cosas como esta: “yo tengo para mí esta simple y quizás ingenua convicción: que es por la Belleza (divina) por la que todas las cosas bellas son bellas”; aunque el modo como se realice esa participación –admite– no esté en sus manos explicarlo. Es más o menos lo que viene diciendo Alcaide.
Tampoco cabe esperar de un hombre sensato –añade Platón al final del diálogo– que se crea de pe a pa todo lo que dice el mito sobre el otro mundo…; pero algo de eso bien podría ser cierto, y vale la pena creer que sea así: “pues el riesgo es hermoso, y con tales creencias es preciso, por decirlo así, encantarse a sí mismo”. Ni más ni menos que encantarse: ¡Hermoso riesgo! ¿No dijo el poeta que “Quien piensa lo más profundo ama lo más vivo” y que, “a la postre, el sabio se inclina ante lo bello”? Pues, ¡naturalmente!
