Hay días en que el telediario debiera limitarse a los deportes. Hará un par de semanas, salieron, en el mismo día, Alejandro Valverde con su medalla mundial de ciclismo –¡a su edad!– y una jovencísima (nacida en el 97, no me lo puedo creer), Ana Carrasco, con su voz atiplada y su campeonato mundial… ¡de motos! Y Márquez, que había ganado no sé qué.
Y las muchachas de la selección femenina de baloncesto, con su bronce en el campeonato mundial, cantando “somos la revolución”, encantadas de la vida. Y, Sergio García, con su equipo europeo, ganando la Ryder Cup al gigante americano: ellos sí habían sabido dejar sus egos fuera del campo, comentó. Y la pobre chica que dejó en el campo de golf americano, no sólo su ego, sino su vida.
Y Mario Mola, en triatlón. En fin; un montón de ellos, y un subidón de orgullo patrio, para remediar la parte “seria” (¿triste?) del telediario que venía agitando los binomios del momento: Valle de los caídos-huesos de Franco, Monarquía-república, Cataluña-España… sobre el telón de fondo de la siempre denostada Transición. Una auténtica pechá.
Hay días en que se percibe tan claro el contraste entre las fuertes individualidades deportivas o artísticas y, la grisura de los liderazgos políticos, que salta a la memoria aquello que decían del Cid Campeador los que le veían partir al destierro: “¡Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor!” Pues, no señor: aquí, los señores o señoritos de la política parecen con frecuencia más pendientes de su imagen y de las encuestas que de otra cosa.
Pero el abismo de la tontería sin matices no se ilumina hasta que alguno de ellos suelta por su boca que tal o cual cosa del pasado no es de recibo porque no la votaron ¡Vaya por Dios, que no contaron contigo para hacer otra Transición o, un Valle de los caídos laico! (por cierto, mira en Google quién fue ese Juan de Ávalos, autor de aquellas esculturas).
