Un hombre fue detenido en Marbella hace un año acusado de traficante. Un hombre llamado Tomás. No mediaron muchas preguntas, no valieron explicaciones. Ese hombre tenía memoria de su vida de su voz, de sus hazañas de pescador en la madrugada.
Todo rebasaba el espacio de su mente y de sus acciones. A la cárcel durante un año. Un año y unos días. Unos días interminables de querer dar explicaciones a quien lo quisiera escuchar. “No me cuente usted tonterías”. Un juez no lo cree y usa esta frase esta sentencia para mandarlo a prisión sin pruebas, lo repito, sin pruebas.
Tomás encarcelado. Mujer, hijos, un trabajo, una reputación. Solitaria pérdida en una playa que este hombre creía desierta, que pensó era solo suya por aquello instantes. Vigilancia constante de sus cañas de pescar. Sólo estaba y estuvo. Solitaria cautela. Espera tan solo el latido de un pez, una dorada quizá que le traiga luz infinita hasta el amanecer.
Trescientos cuarenta y cinco días en la cárcel sin ser causante de ninguna debacle de mercados, como El “señor Rato”, sin haber afrentado o robado a los españoles, como los políticos tan brillantes que nos gobiernan o nos gobernaron hace tres días y medio. Impunes, o prescritos sus crímenes por supuesto, o aforados que esa es otra. Como soy aforado y puedo cometer las tropelías que quiera o es un descanso por si las moscas. Fuera aforamientos.
Yo no estoy aforada, tengo que responder de mis acciones con todas las consecuencias.Tomás no estaba aforado, otra le hubiera cantado. Ya no cree en la justicia. ¿Les extraña? A mí no. Me pregunto ¿por qué tanta rapidez en colocarle el muerto, en este caso la droga al hombre equivocado y tanta lentitud en meter entre rejas a otros culpables tan evidentes? La justicia más que frágil incierta.
